
Omar Cáceres
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«A los que, como Nietzsche, saben que milagro incomprensiblemente elevado es un amigo, y que, si son idólatras, tendrán que elevar, ante todo, un altar al desconocido dios que les creó«.
Omar Cáceres
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Mansión de espuma
Con mi corazón, golpeándote, oh sombra limitada,
apaciento los bríos absolutos de estas estampas –perdurable;
huyendo de su vida, pienso, el que parte limpia el mundo,
y así les es dado reflejar su imagen dulcemente terrestre.
Un pueblo (Azul), trabajosamente inundado.
Va a pasar la dura estación equilibrando sus paisajes.
Tiempo caído de los árboles, cualquier cielo podría ser mi cielo.
El blanco camino cruza su inmóvil tempestad.
Muda voz que habita debajo de mis sueños,
mi amiga me instruye en el acento desnudo de sus brazos,
junto al balcón de luz disciplinada, tumultuosa,
y desde donde se advierte la aún no soñada desventura.
Revestido de distancias, entre hombre a hombre -magro,
todo naufraga bajo el pendón de su postrer adiós;
dejé de existir, caí de pronto desamparado de mí mismo,
porque el hombre ama su propia y obscura vida solamente.
Ídolo ignoto. ¿Qué he de hacer para besarlo?
Legislador del tiempo urbano, desdoblado, caudaloso,
confieso mi autocrimen porque quiero comprenderlo,
y en las rompientes de su alcohol de piedra despliego mis palabras.
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Insomnio junto al alba
En vano imploro al sueño el frescor de sus aguas.
Auriga de la noche! … (¿Quién llora a los perdidos?)
Vuelca la luna sobre su piel el viento, mientras
que de la sombra emerge la claridad de un trino.
Tambalean las sombras como un carro mortuorio
que desgaja a la ruta el collar de sus piedras;
e inexplicablemente crujen todas las cosas,
flexibles, como un arco palpitante de flechas.
Amor de cien mujeres no bastará la angustia
que destila en mi sangre su ardoroso zumbido;
y si de hallar hubiera sostén a esa esperanza,
piadosa me sería la voz de un precipicio.
Volcó la luna sobre su piel el viento. Suave
fulguración de nieve resbala en los balcones;
y al suplicarle al sueño me aniquile, los pájaros
dispersan un manojo de luz en sus acordes.
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Palabras a un espejo
Hermano, yo jamás llegaré a comprenderte;
veo en ti un tan profundo y extraño fatalismo,
que bien puede que fueras un ojo del Abismo,
o una lágrima muerta que llorara la Muerte.
En mis manos te adueñas del mundo sin moverte,
con el mudo estupor de un hondo paroxismo;
e impasible me dices: «conócete a ti mismo»,
como si alguna vez dejara de creerte!…
De hondo como el cielo, cuán dulce es tu sentido;
nadie deja de amarte, todo rostro afligido
derrama su amargura dentro de tu fuente clara.
Dime, tú, que en constante desvelo permaneces:
¿se ha acercado hasta ti, cuando el cuerpo perece,
algún alma desnuda, a conocer su cara?
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Oráculo inconstante
Recreo estelar ebrio de superiores hálitos,
frente azulada de cansancios, de apurar su doble-vida;
doblega la noche de tumbo en tumbo y dame esa fuerza clara,
serpentina de tus huesos!
Encumbrado su pulmón de ceniza, luna,
suavemente intercalada entre nosotros dos;
chorrea el sueño de mi cuerpo –espérame:
hollarás conmigo la soledad en que he abierto
una nueva salida hacia las cosas.
Guiado hacia el estribo de tu sed maciza,
(penacho de olas débiles, caderas conturbadas),
el aerolito de tu cuerpo fija las estaciones,
desde el arco vacío de su piel.
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Segunda forma
Delante de tu espejo no podrías suicidarte:
eres igual a mí porque me amas
y en hábil mortaja de rabia te incorporas
a la exactitud creciente de mi espíritu.
Indócil a ese augusto y raudo desierto,
encuentras, padeces una nueva muerte nueva;
al abandono de tu propia levedad asistes,
como un manantial riendo de su pena.
Entonces desciendo a tu exigua y extrema realidad, a tu fijeza,
desentendido de rencores y pasos de este mundo;
cruzando el pálido paisaje de los deseos olvidados,
sacudido de memorias, de inclementes y efímeros despojos, te enturbio de pasión.
Un ciego lucero hinca su diversidad en nuestro ser,
exactamente hasta tu espejo sin trabas, alcanzándolo;
ondeando un solo corazón de infinito a infinito, es decir,
hacia el día que se acostumbra a sus dos reyes de vidrio!
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Canción al prófugo
Golpeando l’aguda meta con su escudo monótono, hay,
desde que tú te fuiste, diez almas en tu porte;
rompe ese cielo inmediato, lineal, para que se junte tu vida
y dame, oh prófugo, el último oasis de ese viaje, tus pasos
desnudos por el camino único y el sol cerrado
que lava la pena de esa tierra sabia, tu frente ácida, dame
el solo sentido que ahí existe para hablar
y estaremos juntos SIEM-
pre!
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Cubierta de la edición de LOM, de 1996
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© Herederos de Omar Cáceres
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