
Renato Gómez (Lima, 1977)
Tu ano es el centro de una religión difusa. De mi ano tu mayor instinto,
un chorro marrón de masa que ya no palpita. Si no fueran heces tal vez
cúmulos de sangre y semen, consumidos bultos que encarno acaso;
devenir el invasor de mi propia sangre, el miembro invertido que jamás opera.
Si encontrara este dolor una extensión de carne a su costado abierto.
Si diera a este dolor el sentido secreto del sueño santo, la natividad y el rito,
sometido a encontrar a Dios al temblor de tus rodillas.
Y si me saliera en forma de pene y volviera a entrar
y salirme por la boca mientras eyaculo, cuánta similitud entre
la materia gris y mi caca. No sin embargo, cuánta similitud
entre la materia gris y mis intestinos. Pero cuál es el estómago
del cerebro; ahora hay un ente blando ajustado a tu cintura,
una constante flexión de masa que repica como yegua.
A duras penas sigues siendo la ingestión del día,
la prieta faz de luz que ya no rebota.
Eres una bestia, la bestia pura.
Al roce gotea transparente.
Se inflama mientras quisiera ser vagina.
Abre más y más la boca hasta partirse un instante
sin dejar de ser glande pero vagina.
El resto de un conocimiento vano coagula
en tu frente, antecede al roce pero un día radiante,
celeste, tu mierda vencerá la gravedad y Dios tragará
su propia caca, brotada de mi frondoso culo.
Pero qué padece tu raza que no la mía
si yo también sudo y cobijo liendres,
si me sale caca y mi moco compite
con el tuyo al borde de las mismas junturas.
Pero qué padece tu raza que no la mía
si tu piel se quiebra y destiñe el resto,
apesta a desprestigio y victoria paria.
De otra parte encima mío peores traumas configuran.
Que con esfuerzo te sea Jesús
y logres alzarte sobre el resto
en un latido ancho de caca dorada.
Nacido en la paria, qué grado de iluminación
te será necesario; resta una falta de carácter en las heces.
De mi primera boca ya no queda rastro,
así yo incontrastable a elemento e inerte
pero mutuo es el goce solo si tú me engendras
el asco perpetuo por todo lo que empujas a tu cuerpo
por todo lo que atreve a mecerse en tu cuerpo.
Llego a creer que la vida se aquieta cuando respiras.
Volverás en bestia pura que jamás podrá rendirse,
y ya no volveremos a alzarnos,
y ya no quedaremos nosotros.
Dios es un amor en el bajo vientre.
Nos crece ancho, embrutece y toca.
Nódulos y centellas rellenan su boca,
no deja grumos. Su cada orificio confina
un jadeo que nos reúne por cada fragmento
de piel, desde cada milímetro de pelo. Como
si viviéramos en una curva inabarcable
y al filo de esta nalga hubiera
un punto inquieto de luz y este punto fuera
de luz pero luz de caca, vetado al riesgo de todo
lenguaje, su impecable marcha contra lo que
quieres hacer tuyo, ser la primera extensión
de grasa que se recompone.
Una fe incapaz de sostenerme oscila
en tu lengua. Lo que esta toca vuelve
nueva extremidad. Inhalas
y tu pensamiento se extiende
por la falanges y falangetas
hasta suceder en otra dimensión
como un aleteo que se extingue.
EL RESTO NO FUE PERFECTO
.
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