Nueve poemas. Eugenio Montale

Eugenio Montale (Génova, 1896 – Milán, 1981)

.

Los limones

Escúchame, los poetas laureados

tan solo se mueven entre plantas

de nombre poco usados: bojes, alheñas o acantos.

Por mí, amo las calles que dan a los herbosos

fosos donde en charcos

medio secos agarran los muchachos

alguna anguila desmirriada;

las sendas que siguen los taludes

descienden entre los penachos

de las cañas y llegan a los huertos,

entre los limoneros.

 

Mejor si la algazara de los pájaros

englutida por el azul se apaga:

se escucha más claro el susurro

de las ramas amigas en el aire

que casi no se mueve,

y las sensaciones de este olor

que no sabe separarse de la tierra

y llueve en el pecho una dulzura inquieta.

De las desviadas pasiones

por milagro aquí calla la guerra,

aquí también nos toca

a nosotros los pobres

nuestra parte de riqueza

y es el olor de los limones.

 

Ve, en estos silencios en que las cosas

se abandonan y parecen próximas

a traicionar su último secreto,

a veces se espera descubrir

un error de la naturaleza,

el punto muerto del mundo, el anillo

que no resiste,

el hilo por desenredar

que nos ponga finalmente

en el medio de una verdad.

La mirada hurga en torno,

la mente indaga, acuerda, desune

en el perfume que inunda

al languidecer más el día.

Son los silencios donde se ve

en cada sombra humana que se aleja

alguna perturbada deidad.

 

Mas falta la ilusión y el tiempo nos devuelve

a las ciudades rumorosas donde el azul se muestra

solo a retazos, arriba, entre molduras.

La lluvia fatiga la tierra, después; sobre las casas

se adensa el tedio del invierno,

se hace avara la luz, avara el alma.

Cuando un día de un mortal mal cerrado

entre los árboles de un patio

el amarillo de los limones se nos muestra;

y el hielo del corazón se deshace,

entre el pecho nos borbotan sus canciones

las trompetas de oro

de la solaridad.

..

..

La tormenta

Les princes n’ont point d’yeux pour voir ces grand’s merveilles.

Leurs mains ne servent plus qu’à nous persécuter…

Agrippa D’Aubigné, À Dieu

 

La tormenta que chorrea sobre las hojas

duras de las magnolias los largos truenos

marzales y el granizo,

[los sonidos de cristal en tu nido

nocturno te sorprenden, del oro

que se ha apagado en los caobos, en el corte

de los libros encuadernados, arde aún

un grano de azúcar en el capullo

de tus párpados]

 

el relámpago que cristaliza

árboles y paredes y los sorprende en aquella

eternidad de instante –mármol maná

y destrucción– que dentro de ti esculpe

puertas para tu condena y que te liga

más que al amor a mí, extraña hermana–

y luego el desarraigo áspero, los sistros, el bramar

de los tamboriles en la fosa

el pisotear del fandango, y sobre

algún gesto que se devana…

Como cuando

te volviste y con la mano, desembarazaste

la frente de la nube de cabellos,

 

me saludaste– para entrar en lo oscuro

.

.

Sestear pálido y absorto

junto a una abrasada pared de huerto,

escuchar entre las zarzas y malezas

restallar de mirlos, rumorear de sierpes.

 

En las grietas del suelo o en el algarrobo

espiar las hileras de rojas hormigas

que ora se quiebran ora se entretejen

encima de minúsculas gavillas.

 

Observar entre las frondas el latido

lejano de escamas de mar

mientras se elevan trémulos estridores

de cigarras desde desnudos montes.

 

Y caminando bajo el sol deslumbrador

sentir con triste maravilla

cómo es toda la vida y su trajín

en este recorrer un muro

en cuya cima tiene filudos vidrios de botella.

.

.

Correspondencias

Ahora que en el fondo de un espejismo

de vapores oscila y se dispersa,

otra cosa anuncia, entre los árboles, la voz

del pico verde.

 

La mano que vuelve a la cama del bosque

y pespunta la trama

del corazón con las puntas de la paja,

es la que madura íncubos de oro

a imagen de las acequias

cuando el carro sonoro

de Bassareo traslada alocados gañidos

de moruecos sobre retazos quemados de las colinas.

 

¿Vuelves tú también, pastora sin rebaños,

y te sientas en mi piedra?

Te reconozco, pero no sé qué lees

fuera de los vuelos que varían al paso.

Pregunto en vano al llano donde una bruma

vacila entre relámpagos y se esfuma entre techos dispersos,

a la fiebre escondida de los trenes rápidos

en la humeante costa.

.

.

Delta

La vida que se quiebra en los trasiegos

secretos, la he ligado a ti:

aquella que se debate en sí y parece

casi no conocerte, presencia sofocada.

 

Cuando en sus diques se atasca el tiempo,

tu suerte se aviene a la suya inmensa,

y afloras, memoria, más patente

de la oscura región donde bajabas

como ahora, ya escampado, se adensa

el verde en las ramas, en las paredes el almagre.

 

De ti todo lo ignoro salvo el mensaje

mudo que me sustenta en la calle:

si forma, existes, o mal presagio en el humo

de un sueño te alimenta

la ribera que se afiebra, turba, y contra

la marea restalla.

 

Nada tuyo en la vacilación de las horas

grises o desgarradas por un tufo de azufre,

salvo el silbido del remolcador

que arriba de las brumas al golfo.

.

.

Corno inglés

El viento que esta tarde toca atento

–recuerda de un fuerte sacudir de láminas–

los instrumentos de los espesos árboles

y barre el horizonte de cobre

donde estrías luminosas se expanden

como cometas en el cielo que retumba

[¡Nubes en viaje, claros

reinos de allá arriba! ¡Puertas mal cerradas

de altos Eldorados!]

y el mar que escama a escama,

lívido, muda colores,

lanza a tierra una tromba

de espumas enroscadas;

el viento que nace y muere

a la hora que lentamente se oscurece,

así te tocara esta tarde

desafinado instrumento,

corazón.

.

.

Felicidad alcanzada, por ti

se camina en el filo de una espada.

Para los ojos eres tenue resplandor vacilante,

para los pies, rígido hielo que se quiebra;

y así no te toque quien más te ama.

 

Si llegas a las almas invadidas

de tristeza y las aclaras, tu mañana

es dulce y turbadora como

los nidos de las molduras.

Pero nada paga el llanto del chiquillo

a quien se le escapa el globo entre las casas.

.

.

El Arno en Rovezzano

Los grandes ríos son las imágenes del tiempo,

cruel e impersonal. Observados desde un puente

declaran su nulidad inexorable.

 

Solo el arco vacilante de un pantanoso

juncal, algún espejo

que reluce entre malezas y musgo

puede revelar que el agua se piensa

como nosotros a sí misma

antes de hacerse vórtice y rapiña.

Ha pasado tanto tiempo, nada ha transcurrido desde

cuando te cantaba al teléfono “tú

que te haces la dormida”, con triple risotada.

Tu casa era un relámpago vista desde el tren. Curvada

sobre el Arno como el árbol de Judas

que quería protegerla. Tal vez no existe aún o

no es sino una ruina. Toda llena,

me decías, de insectos, inhabitable.

Otra comodidad nos conviene ahora, otra incomodidad.

.

.

Para terminar

Recomiendo a mis herederos

[si los hubiese] en materia literaria,

lo que ya es imposible, que hagan

una hermosa fogata con todo lo que atañe

a mi vida, a mis actos, a lo no hecho.

Yo no soy un Leopardi; dejo poco a las llamas

y es demasiado ya vivir al porcentaje.

Viví al cinco por ciento; no aumentéis

la dosis. Demasiado a menudo, en cambio llueve

sobre mojado.

.

.

Versión al castellano: Javier Sologuren

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4 respuestas

  1. Hola,
    en todas las traducciones de «I limoni» encuentro «solidaridad» por «solarità», palabra cuya raíz es «sol» y que quiere decir luminosidad. Es la idea de un sol radiante, amarillo, como los limones.
    Hay un error, supongo, en «mortal» (portal).
    «se hace avara la luz, avara el alma»
    Respetando el texto, habría que traducir: «la luz se hace avara – amarga el alma».
    «Ve, en estos silencios…». Creo que «Vedi» es en todo coloquial, no imperativo.
    También me parece importante poner el nombre del traductor.
    Un saludo

    Luis

  2. Hola,
    quisiera hacer algunas observaciones sobre la traducción del poema «I limoni». «Le trombe d’oro della solarità»: la raíz de esta palabra es «sol», se refiere a la luz del sol, nada que ver con la solidaridad, como siempre se encuentra traducido.
    «Vedi» es coloquial, discursivo, no imperativo (Ve).

    «se hace avara la luz, avara el alma.
    Cuando un día de un mortal mal cerrado…»

    El alma se hace «amara» (amarga).
    Y el «mortal» es seguramente un «portal».

    Saludos

    Luis

  3. Gracias por dar a conocer a este gran poeta, quiero colaborar con un poema traducido por Carlo Frabetti:
    CASI UNA FANTASÍA
    Amanece, lo presiento
    por un albor de vieja
    plata en las paredes:
    lista un vislumbre las ventanas cerradas.
    Vuelve el advenimiento
    del sol y las difusas
    voces, los acostumbrados estrépitos nos trae.

    ¿Por qué? Pienso en un día encantado
    y del tiovivo de horas demasiado iguales
    me resarzo. Desbordará la fuerza
    que me hinchaba, inconsciente mago,
    desde largo tiempo.Ahora me asomaré,
    destruiré altas casas, despojos callejeros.

    Tendré ante mí un pueblo de intactas nieves
    pero leves como vistas en un tapiz.
    Resbalará algodonoso un lento rayo.
    Selvas y colinas llenas de invisible luz
    me harán el elogio de los festivos retornos.

    Contento leeré los negros
    signos de las ramas sobre el blanco
    como un alfabeto esencial.
    Todo el pasado en un punto
    aparecerá ante mí.
    No turbará sonido alguno
    esta alegría solitaria.
    Cruzará el aire
    o se posará sobre una estaca
    algún gallito de marzo.

  4. Yo tengo una edición (impresa en papel físico) que lo traduce así:
    «las trompas de oro del esplendor solar»

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