1
Un hombre es aplastado.
En este instante.
Ahora.
Hay carne reventada, hay vísceras,
líquidos que rezuman del camión y del cuerpo,
máquinas que combinan sus esencias
sobre el asfalto: extraña conjunción
de metal y tejido, lo duro con su opuesto
formando ideograma.
El hombre se ha quebrado por la cintura y hace
como una reverencia después de la función.
Nadie asistió al inicio del drama y no interesa:
lo que importa es ahora,
este instante
y la pared pintada de cal que se desconcha
sembrando de confetis el escenario.
Tuerzo la esquina. Apresuro el paso. Se hace tarde y aún no he almorzado.
3
Su rostro es muy delgado y dirige hacia el cielo
el mirar casi obsceno de un gran ojo azul
y otro ojo al que ciega
el guano que ha estampado una paloma
al modo en que se sellan
las cartas con el lacre.
Le ha puesto al libro un título extraño: Matar a Platón.
4
¿Y qué hay del sentimiento?
¿Debería haberlo?
¿Es poesía el verso que describe
fríamente aquello que acontece?
Pero ¿qué es lo que acontece?
Trata de una mujer que es aplastada por el impacto de un sonido,
5
No sé si era su hija. El hombre
aplastado agarraba la mano de una niña,
o puede que la niña fuese
la que tenía cogida la mano de aquel hombre,
ahora ya tan rígida, tan apretada y fría.
Vendrán para cortarle los dedos uno a uno.
Amputarle la mano tal vez sería más sencillo,
pero ¡imagínense una niña huyendo
con una mano ensangrentada
prendida de la suya!
Vendrán con instrumentos
de cirujano a liberarla y ella
atenderá, absorta,
al charquito de orina y sangre
que se extiende hasta sus pies.
Piensa que es una pena
no llevar puestas las botas de agua
y que no siempre es cierto que los charcos
se forman con la lluvia.
el sonido que hace una idea cuando vibra y se convierte en proyectil.
12
Si hubiese sucedido al alba,
habría mencionado el denso olor a manzanilla
salvaje que rezuma
el aire en el estío de las regiones bajas.
Pero no es el alba
y el pueblo es casi una ciudad,
una ciudad que huele
a pueblo que no desiste de ser pueblo.
No huele a manzanilla,
huele a piel que se agrieta,
huele a asfalto mojado,
huele a perro, a transplante,
huele a miedo enfundado en la mirada cómplice
de los espectadores,
los que miran a otros, los que miran,
los que siempre son otros, transeúntes,
los que transmigran siempre
de sí mismo a sí mismo
y desembocan siempre por el mismo costado.
Huele a pueblo que es casi
una ciudad y el alba
no huele a manzanilla aunque ahora no sea
ni el alba ni las doce del mediodía, cuando
el viento trae aquellos olores a resina que empalaga.
No es el alba. Tampoco es pueblo ni ciudad,
es una calle o mejor una esquina
y huele a suelas calientes de asfalto,
huele a asfalto sediento,
y a neumático.
Y en ese instante está el universo entero, en superficie, el universo en extensión, como una enorme trama.
13
Es de color canela. El perro
es de color canela,
como todos los perros del lugar.
Y como todos tiene la mirada
en fuga y el hocico trémulo.
Cuando se acerca lo hace como quien se retira
y el lomo se le dobla anticipando el golpe
y la frecuencia de los aguaceros.
El vientre casi en tierra, alarga el cuello y huele,
olfatea la sangre, estira
la lengua como el cuello y lame
los bordes de aquel charco,
un charco que es un animal,
un animal frente a otro animal
que le lame los flancos y se traga,
a lengüetazos cortos, el color
canela de su cuerpo
sin dejar de fugarse con los ojos.
Y de repente caerá la presa:
el hocico tantea, un segundo, en el aire,
los dientes se apresuran y, con un golpe seco,
se hacen con el dedo, y al paso acelerado
de un furtivo, abandona
la escena, el verso y el poema.
Conocerse es viajar como una araña por los hilos de esa trama.
21
No existe el infinito:
el infinito es la sorpresa de los límites.
Alguien constata su impotencia
y luego la prolonga más allá de la imagen, en la idea,
y nace el infinito.
El infinito es el dolor
de la razón que asalta nuestro cuerpo.
No existe el infinito, pero sí el instante:
abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido;
en él un gesto se hace eterno.
Un gesto es un trayecto y una encrucijada,
un estuario, un delta de cuerpos que confluyen,
más que trayecto un punto, un estallido,
un gesto que no es inicio ni término de nada,
no hay voluntad en el gesto, sino impacto;
un gesto no se hace: acontece.
Y cuando algo acontece no hay escapatoria:
toda mirada tiene lugar en el destello,
toda voz es un signo, toda palabra forma
parte del mismo texto.
Sí, pero ¿a los ojos de quién acontece el acontecimiento?
© Chantal Maillard, de los poemas.
Tomado de Matar a Platón. Tusquets Editores. 2004.
Filed under: Miscelánea | Tagged: Chantal Maillard, Matar a Platón, Poemas de Chantal Maillard |
Deja una respuesta