La Biblia moderna

(Vaso Roto, 2014)

(Vaso Roto, 2014)

.

Resulta difícil de creer —para algunos, sobre todo—, pero hasta la invasiva irrupción de Internet en nuestras vidas, el acceso al conocimiento solía darse principalmente a través de enciclopedias, atlas, diccionarios y otras publicaciones de “primera necesidad” que ocupaban un lugar especial en casa o en la de algún otro familiar o amigo. Este era el kit básico de “primeros auxilios y supervivencia”, repartido entre gruesos tomos y colecciones, con el que bregábamos año tras año hasta la consecución de aquella victoria pírrica que es la educación secundaria.

.

Entre esos imprescindibles volúmenes había uno que destacaba por su formato y su sobria presentación, así como por su carácter hereditario o por su mera función de paliativo espiritual: la Biblia. Algunas ediciones nos resultaban vistosas por su encuadernación en piel, la textura del papel o por los dorados que relucían en el lomo, la cubierta y en los bordes de las páginas, justificando su presencia y su valor milenario. Hoy en día continúan siendo pocas las obras que, ya sea por genialidad o trascendencia, cuentan con el privilegio y el feliz consenso de ser publicadas de esta manera. Una de ellas es, sin objeción alguna, Las flores del mal, de Charles Baudelaire.

.

En esta ocasión, Vaso Roto ha reeditado con mucho tino este clásico de la poesía francesa, ofreciéndonos una nueva y loable versión al castellano por parte del poeta cubano Manuel J. Santayana, quien ha dedicado su esfuerzo en mantener no solo la rima y la versificación, sino también los “signos expresivos allí donde el poeta los colocó”, casi siempre suprimidos en anteriores traducciones. Sin embargo, el atractivo principal lo constituye su robusta y elegante figura: un singular cofre de 16 x 18 cm. de tapa dura con los bordes exteriores de color rojo, que contiene los poemas tanto de la primera edición, aparecida en 1857, como de aquella censurada —aunque ampliada— de 1861; además de aquellos que fueron añadidos a modo póstumo en 1868. Asimismo, la cubierta y las guardas han sido convenientemente ilustradas con fotografías de Fiona Morrison Porta, basadas en retratos de Baudelaire.

.

Es innegable la profunda influencia que Las flores del mal continúa ejerciendo en la poesía contemporánea: su aparición marca un antes y un después para los poetas occidentales, es la gran línea que divide lo antiguo de lo moderno, como ocurre con los Testamentos. A lo largo del tiempo su autor, un ángel caído en desgracia, se ha visto denostado y reivindicado, señalado y sacralizado, pues supo ver en el hastío, el escepticismo y la bajeza humana un cristalino manantial en el cual revitalizarse, cuando lo único que existía entonces era un extenso desierto plagado de retoricismos y de poéticas agotadas que no hacían más que morderse la cola.

.

Gran visionario, su monocromática retina reprodujo aquellos oscuros y decadentes escenarios que se escondían en las grandes ciudades, efigies sublimes del progreso. Baudelaire nos habla, no sin desazón, del plomizo hervidero por el que transitan el desapego y la miseria, encarnados en personajes anónimos confundidos entre la multitud, “a través del tumulto de las urbes rugientes”. El hombre de la modernidad, víctima o antihéroe —o ambos al tiempo— está personalizado en cada loco, mendigo, prostituta, anciano o minusválido que deambula por esa “Hormigueante ciudad” llamada París.

.

Según las diversas temáticas que aborda, Las flores del mal puede leerse también como un profundo descenso moral, espiritual, físico y psicológico, de ahí que continúe tan actual entre nosotros, pese a que la musicalidad y el ritmo de la poesía de hoy ha ampliado sus registros. Maestro y precursor, será siempre recordado por cantar con la misma devoción al vino, a los gatos o al mismo Satanás. Su fijación por la mujer exótica y por las bajas pasiones lo encumbraron como el poète maudit por antonomasia, aún cuando todo esto haya supuesto su propia ruina. Y es que para llegar hasta el Parnaso hay que pasar por el infierno, indefectiblemente.

.

Son estas, por tanto, algunas de las principales razones por las que el presente libro no puede faltar en nuestras estanterías. De hecho, así como en algunos hogares hay más de una Biblia, sé de otros tantos en los que conviven más de un ejemplar de Las flores del mal sin que ello suponga un conflicto. Dentro del amplio y colorido jardín de las traducciones al español que circulan, la de Vaso Roto se erige como una tentadora y muy atractiva opción a tener en cuenta: los pétalos amarillos que cercan la mirada de Charles Baudelaire en la cubierta intensifican la provocación y el desafío que este poemario todavía despierta entre nosotros, hypocrites lecteurs.

.

.

.

© Reinhard Huaman Mori, del texto

Publicado en Periódico de Poesía. nº 82. Septiembre de 2015

Anuncio publicitario

Néstor Perlongher. El cadáver

Néstor Perlongher (Avellaneda [Buenos Aires], 1949 - San Pablo [Brasil], 1992)

(Avellaneda [Buenos Aires], 1949 – San Pablo [Brasil], 1992)

.

Por qué no entré por el pasillo?

Qué tenía que hacer en esa noche

a las 20.25, hora en que ella entró,

por Casanova

donde rueda el rodete?

Por qué a él?

entre casillas de ojos viscosos,

de piel fina

y esas manchitas en la cara

que aparecieron cuando ella, eh

por un alfiler que dejó su peluquera,

empezó a pudrirse, eh

por una hebilla de su pelo

en la memoria de su pueblo

Y si ella

se empezara a desvanecer, digamos

a deshacerse

qué diré del pasillo, entonces?

Por qué no?

entre cervatillos de ojos pringosos,

y anhelantes

agazapados en las chapas, torvos

dulces en su melosidad de peronistas

si ese tubo?

Y qué de su cureña y dos millones

de personas detrás

con paso lento

cuando las 20.15 se paraban las radios

yo negándome a entrar

por el pasillo reticente acaso?

como digna?

Por él,

por sus agitados ademanes

de miseria entre su cuerpo y el cuerpo yacente

de Eva, hurtado luego,

depositado en Punta del Este

O en Italia

O en el seno del río

Y la historia de los veinticinco cajones

 

Vamos, no juegues con ella, con su muerte

déjame pasar, anda, no ves que ya está muerta!

 

Y qué había en el fondo de esos pasillos

sino su olor a orquídeas descompuestas,

a mortajas,

arañazos del embalsamador en los tejidos

 

Y si no nos tomáramos tan a pecho su muerte, digo?

si no nos riéramos entre las colas

de los pasillos y las bolas

las olas donde nosotras

no quisimos entrar

en esa noche de veinte horas

en la inmortalidad

donde ella entraba

por ese pasillo con olor a flores viejas

y perfumes chillones

esa deseada sordidez

nosotras

siguiéndola detrás de la cureña?

entre la multitud

que emergía desde as bocas de los pasillos

dando voces de pánico

Y yo le pregunté si eso era una manifestación o un entierro

Un entierro, me dijo

entonces vendría solo

ya que yo no quería entrar por el pasillo

para ver a sus patas en la mesa de luz,

despabilando

Acaso pensé en la manicura

que le aplicó el esmalte Revlon?

O en las miradas de las muchachas comunistas,

húmedas sí, pero ya hartas

de tanta pérdida de tiempo:

ellas hubieran entrado por el pasillo de inmediato

y no se hubieran quedado vagando por las adyacencias

temiendo la mirada de un dios ciego

Una actriz —así dicen—

que se fue de Los Toldos con un cantor de tangos

conoce en un temblor al General, y lo seduce

ella con sus maneras de princesa ordinaria

por un largo pasillo

muerta ya

Y yo

por temor a un olvido

intrascendente, a un hurto

debo negarme a seguir su cureña por las plazas?

a empalagarme con la transparencia de su cuerpo?

a entrar, vamos por ese pasillo donde muere

en su féretro?

 

Si él no me hubiera dicho entonces que está solo,

que un amigo mayor le plancha las camisas

y que precisaría, vamos, una aguda

allá, en Isidro

donde los terrenos son más baratos que la vida

 

lotes precarios, sí, anegadizos

cerca de San Vicente (ella

no toleraba viajar a San Vicente

quiso escapar de la comitiva más de una vez

y Pocho la retuvo tomándola del brazo)

 

Ese deseo de no morir?

es cierto?

en lugar de quedarse ahí

en ese pasillo

entre sus fauces amarillas y halitosas

en su dolor de despertar

ahí, donde reposa,

robada luego,

oculta en un arcón marino,

en los galeones de la bahía de Tortuga

(hundidos)

 

Como en un juego, ya

es que no quiero entrar en esa sombría

convalecencia, umbría

—en los tobillos carbonizados

que guarda su hermana en una marmita de cristal—

para no perder la honra, ahí

en ese pasillo

la dudosa bondad

en ese entierro

 .

 .

© Herederos de Néstor Perlongher

Tomado de Austria-Hungría. Editorial Tierra Baldía. Buenos Aires. 1980.

El perfil de Virginia

(Taurus, 2015)

(Taurus, 2015)

.

Occidente se ha caracterizado siempre por ser una cultura predominantemente icónica. Nos es casi imposible concebir una persona sin asignarle un retrato o una imagen para volverlos realidad en nuestras cabezas. Con la invención de la fotografía nuestra tendencia a erigir iconos se ha intensificado a pasos agigantados. En ese sentido, Virginia Woolf, una de las escritoras más fascinantes y complejas de la pasada centuria, no se ve exenta de ello, pues nos basta con mencionarla para asociar su nombre con aquella imagen suya de perfil, tan clásica y canónica, en la que contaba con apenas 20 años. Este retrato, tomado por George Charles Beresford en julio de 1902, es tal vez el que más ha circulado entre nosotros. Así lo sostiene también Irene Chikiar Bauer, autora de la primera biografía en castellano sobre la narradora londinense.

.

Este monumental volumen —cercano al millar de páginas— es el resultado de siete exhaustivos y fructíferos años de trabajo, en donde la biógrafa nos detalla con lupa cada uno de sus grandes y cotidianos acontecimientos. Así, bajo el título Virginia Woolf. La vida por escrito, podemos hacernos una mejor idea sobre los fantasmas y las obsesiones que quedarán posteriormente impregnados en sus novelas. Entre estos destacamos el tema del incesto y el abuso por parte de su medio hermano George, la maternidad truncada, el peso de la familia y sus densas relaciones, la pérdida de la madre, su ambigua concepción sobre la sexualidad, las constantes crisis personales y mentales, todos ellos fuertemente unificados por aquel descollante halo de genialidad que la ha hecho célebre.

.

Habría que precisar que las fuentes principales de las que bebe esta investigación están conformadas no solo por diarios, cartas y escritos biográficos de la propia Woolf, o por los testimonios de familiares y amistades cercanas, sino que además Chikiar Bauer se atreve a leer su obra narrativa entre líneas, detectando las similitudes y las correspondencias entre vida y ficción. Si bien esto representa un riesgo grande, hay que precisar a su favor que cada comentario, anécdota o pasaje de la biografía está muy bien documentado y corroborado bibliográficamente. No hay cabida para la especulación, cada frase está fríamente calculada en pos de evitar cualquier paso en falso.

.

No obstante su extensión y la cuantiosa información que contiene, la lectura se nos presenta muy ligera y sin ninguna complicación. La prosa de Irene Chikiar es sobria, directa y muy expositiva, incluso es capaz de esclarecer aquellos pasajes oscuros o poco conocidos gracias a su inteligente y ordenada manera de exponernos la vida de Virginia Woolf. Siguiendo esta pauta, el libro está organizado en dos partes. La primera, y más breve, cubre tanto su infancia como su adolescencia e incluye un pertinente árbol genealógico para evitar extravíos y confusiones. La segunda, dedicada a su etapa de madurez, está subdividida por años y va desde 1904 hasta su suicidio en 1941. Como broche de oro, cierra el libro un ilustrativo y valioso dossier con 45 imágenes de la escritora.

.

Virginia_WoolfEl gran mérito de esta biografía es su solidez argumentativa y está llamada a ser una de las obras de referencia para los posteriores estudios sobre la escritora en mención. En ese sentido, Chikiar Bauer ha dejado el listón a una altura difícil de superar. Sin embargo, y pese al ingente y encomiable esfuerzo de la biógrafa, aún son muchos los aspectos que continuarán siendo un misterio para los lectores de Woolf. No es de extrañar, por tanto, que aquella imagen de perfil que tanto recordamos se convierta en la metáfora perfecta de una Virginia que tan solo conocemos a medias. Hay, ciertamente, un insondable abismo al otro lado de aquel joven rostro dividido, una cara oculta a la que jamás tendremos acceso. Paradójicamente, esa mitad velada es lo que más nos atrae de ella, tal vez porque los grandes iconos siempre esconden una misteriosa, aunque terrible belleza, como los ángeles de Rilke o el Lucifer de John Milton.

.

.

© Reinhard Huaman Mori, del texto.

Publicado en Quimera, nº 382, septiembre de 2015.