Óscar Málaga. HERIDAS

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UN HOMBRE CRUZA LA CALLE

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Dios se ha ido.

El poeta es un mentiroso

No hay otro lugar.

Morir o volverse loco

La oferta de los días.

Nunca seré un río.

Suicida Central Nuclear.

Nunca dos planetas,

Como uno.

Orgullosa

Bolsa de basura

Que aspira

Ser una orgullosa

Y única

Bolsa de basura.

Sagrado turista

Narrando la ciudad

Anteojos ahumados.

Nuunca una orquesta.

Un hombre gris

Millones de abejas asesinas

Fanático degollador de palomas.

Sniper desde la mesa de un McDonald’s

Nada de que enorgullecerse.

Así son las cosas.

Me mudaré.

Demasiado tiempo

Me he disfrazado de ángel.

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UN HOMBRE SONRÍE

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Nada sé de tu voz……………………………….El eco nos devuelve

Nadie escucha la poesía………………………..Un lugar en la historia.

Luz negra danzando en tus pupilas.…………..Amo mi corazón.

Tu rostro de cristal, la tristeza………………….Danzando sobre tu nombre

De marfil de tus sueños…………………………Tu cuerpo se agrieta

Es otro siglo. Un ave nocturna…………………Es un laberinto, un poema

Construye la melancolía.……………………….Donde no existe dios.

Sombra ciega……………………………………Dios se ha ido. El poeta

Conquistaré el infierno………………………….Es un mentiroso.

Hemos olvidado…………………………………Me pregunto:

Lo que es importante…………………………. .¿Alguna vez hubo poesía?

Incluso la poesía:………………………….. …..Danzamos y nos aturdimos

Un tren detenido…………………………… …..En la sombra de una flecha

Sin balas doradas………………………….. ….La belleza es un trazo rápido

Estacionado y perdido………………………….Que no tiene muerte.

En un país extranjero.…………………………..Ya desaparece la neblina

Beso tus labios…………………………………..Dios se ha ido.

Sellamos un exilio……………………………….Es un día resplandeciente.

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UN HOMBRE MIRA AL CIELO

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El universo………………………………………El destino de su vuelo. Una

Se desmorona.…………………………………Muchacha secreta. Su vientre

No hay nombres………………………………..Fresco como un diamante

Para poner a las calles.…………………   …..Todo mi destino.

Somos amables………………………………..Ofréceme una bandada

Con los extraños……………………………….De cuervos buscando regocijo.

Nos desnudamos………………………………Salgo de un sueño.

Con la delicadeza………………………………No es la muerte

De la locura.…………………………………….Es una herida. Al siglo

El asesinato es un arte……………….. ………Le he robado un crimen

Que hemos frecuentado.…………………. ….El resplandor de un campo de trigo.

Nadie derramó una lágrima.…………….  …..Cuatro balas amargas

Nadie derramará una lágrima…………….. …Para entrar en la oscuridad

Al sorprender en su memoria…………………Una sinfonía verde.

Este poema que yace.…………………………Una danza maníaca y solitaria

El siglo está agotado…………………………..Nada quiero olvidar

Padre de su agonía,……………………………Nada puedo conquistar

Aún las aves desconocen……………………..Estoy lleno de gloria.

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UN HOMBRE DETENIDO EN MITAD DE LA CALLE

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Nada más imaginarte.

Y no sé qué es la realidad.

El cielo está enfermo. Surge

Del pasado como una sospecha.

He estado solo mucho tiempo.

El cielo no se diferencia

De las otras sombras.

Busco un héroe

Para empezar a recordar.

Los fantasmas se toman un descanso.

Todos queremos descansar.

Es necesario descansar.

Aún sea la última gota de ternura

Danzando en el acantilado.

Cuando despierte

Volveré a ser un cisne

Arrugado en una cama vacía.

Arrastrado por el universo

Mis ataques de pánico,

Mis camas desoladas

Mis Trampolines vacíos.

Miríadas de cuervos caen,

Irremediablemente,

En el infierno del lienzo

Está cargado

Con cuatro balas doradas.

Llenan de desesperación el cielo.

Ha visto su fantasma.

Su música

Su deseo.

En sus balas doradas.

Que explosionan

En su cuerpo de colores

Nada más imaginarte

Y no hay otro lugar.

Hundirnos en ese océano sagrado

Donde danzan eternas

Miríadas de estrellas azules.

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© Óscar Málaga, de los poemas.

© Lucila Walqui, de la fotografía.

Tomado de La salvaje melodía del aire. Auqui. 2014.

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Óscar Málaga. Elogios

El poeta en una calle de Auckland

 

 

Elogio del desastre

 

El hombre desnudo impone su propia altura,

el aliento feroz de su erótico vacío,

la convergencia de sus miradas al pie del muro.

En la espesura de la noche se ha perdido el rastro de la música,

el alborozo de una piel socavada por la ternura.

Y la poesía se ha vuelto ejercicio de corsarios.

Mutilada palabra por la usura de los mercaderes.

Ladridos formando una pechuga de faisán.

En la ciudad calcinada resplandece como una luna de latón.

No hay turba ni voz solitaria que salga indemne de este desastre.

Todos hemos muerto.

Y el cielo se ha desplomado,

mientras una multitud sin sospechas brotaba de las oficinas.

 

 

 

Elogio del amor

 

Darling, you are wonderful tonight

Eric Clapton

 

Nadie puede escapar, nos sujeta un sueño.

Los hombres somos tristes, siempre estamos llenos de propósitos.

De eso se trata, susurrar tu nombre hasta que el mundo esté helado.

No es bueno dormir con el televisor encendido.

Es inquietante pero los cuerpos siempre sonríen.

Me voy a quedar mucho tiempo contigo.

Como una enfermedad que no conoce la muerte.

Quemo la sombra de todas mis palabras sobre la lejanía de tu mejilla.

Antes de enmudecer te escribo este poema.

Que se vaya tu amor, tu locura, tu luz, tu espalda plateada.

Que todas esas verdades se escondan ciegas y desnudas

bajo estas palabras que no tienen estribor ni babor.

Que sean las orillas húmedas y silenciosas

adonde retorne cada noche a esperar mi nacimiento.

No intentes liberarte.

No se sopla un sueño como una hoja el viento del otoño.

Llegué a ti cruzando un bosque.

Imaginé un claro, una fuente, una cabaña, un jardín.

Lo permitido a las aves no lo está a los hombres.

Tus ojos siguieron tristes. Tu extraña mueca helada.

Pero sucede que los campos de fresas están en flor.

Aúllo buscando mi propio rebaño.

Me gustaría poner un poco de orden en mi poesía.

Chica, estuviste maravillosa esta noche.

 

Dos

La poesía es una música vagamente luminosa.

¿Acaso debes estar a mi lado para escucharte crecer?

Como todas las aves hermosas tu vuelo era triste.

En el azul del cielo te veo desaparecer y siento cierto regocijo.

Es penoso no tener talento para reconocer con calma la hora de la partida.

Esa será una enfermedad que me perseguirá toda la vida.

Como tus ojos rotos bajo la sombra de la luna.

Pienso con frecuencia en el porvenir cuando apago el televisor;

incluso cuando pienso en ti. Pero el sueño me vence.

Todo goza de tal desorden que a veces perderme me calma.

Eras una puerta abierta. Son hermosas las puertas abiertas.

Los pájaros vuelan más altos que nosotros.

El sol los quema con violencia. Tú tienes su olor.

Sus alas quemadas. Su mirada sorprendida.

Te escribo desde un mundo helado.

Construyo un horno con lo que tengo a la mano.

Imagino que soy un ladrón dueño de cierta cortesía.

Toda mi riqueza la he dejado en tu corazón.

La frase no es feliz pero esta vez es un asunto de honor no de poesía.

Siempre te esperé para verte partir con tu mano tibia cubriendo tus ojos.

¿Quién no aspira a dormir tranquilo después de un breve minuto de paz?

Pero siempre vivo organizando mudanzas.

Y en esos ajetreos he perdido mis pertenencias.

Ahora mismo escribo este poema por lo que no escucho el ruido de tu risa.

Déjame ver el cielo azul del otoño. El amor nos adormece.

Déjame tatuar mi nombre en la bruma. Que mi corazón vuelva a ser

un viento en el desierto que no se deja atrapar.

Nunca podré vivir de otro modo. No sabría explicar por qué.

Ese es el misterio que me hace tratar de entender el vuelo de los pájaros.

Abrazar a quien en mitad de la noche instala su nido entre mis ramas.

Podría buscar a mis vecinos y hablar con ellos hasta la madrugada.

Pero soy un mal conversador. Mis palabras están muertas.

Prefiero cruzar la noche olvidándome de todos los fantasmas.

Esperar que alguien logre arrancarme todas las rosas en flor que llevo ocultas para ofrecerle.

Arder sin que se queje de que en mi casa el fuego hiela los huesos.

Siempre pienso en ti pero mis ojos siguen atentos al voltigeo de los pájaros.

No puedo evitarlo. De nada sirve apresurar el paso.

Soy un gato salvaje con los ojos encendidos.

 

Tres

No te busqué para comprender mejor este planeta frío.

Llegaste a la mitad de la noche cuando la biblioteca

ya no era suficiente para calentar la madrugada.

El amor es un forastero que construye

su cabaña al borde de un precipicio.

Un hombre que duerme solo no es una región fría.

Estoy preocupado pero no estoy muerto. Llega otra vez el otoño.

Sucede que me gustaría dormir mil años.

Al despertar solo serás un ave desapareciendo detrás de la colina.

Una mujer de ojos solitarios se ha acercado a leer este poema.

Le digo que no puedo escapar y ella me ofrece todo lo que posee.

Tengo la impresión que alguien a lo lejos me mira.

He querido poner las cosas en claro pero no sé ni puedo hacerlo.

En el azul de sus ojos no he leído nada extraordinario pero he sonreído.

Y alegremente me he bañado en su sangre. Alegremente

me he descubierto aferrado a tus manos.

En esta época los campos están en flor, las aves vienen del norte

y yo salgo a pasearme por las calles anaranjadas.

Mi chompa negra es todo mi esplendor.

Durante mucho tiempo serás una montaña petrificada en mi corazón.

De nada sirve mirar fijamente el horizonte: es una forma de muerte.

No hay nada que comprender.

Nunca encontraremos la calma. Este es el único otoño.

El de tus cabellos sobre mi rostro para que yo no tenga frío.

Después de la lluvia las calles se llenan de colores

y las flores crecen a pesar de la nieve húmeda.

Te veo desaparecer y te hago un gesto de adiós sabiendo que es tan inútil

como todos los sueños que inventé por ti al encontrarte.

Solo nos queda este planeta frío.

Nuestra sombra amarrada a la eternidad. La hierba

que se balancea con el silbar del viento.

 

 

© Óscar Málaga, de los poemas.

De El libro del atolondrado, hipocampo editores, 2004.

Nueve poemas. Eugenio Montale

Eugenio Montale (Génova, 1896 – Milán, 1981)

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Los limones

Escúchame, los poetas laureados

tan solo se mueven entre plantas

de nombre poco usados: bojes, alheñas o acantos.

Por mí, amo las calles que dan a los herbosos

fosos donde en charcos

medio secos agarran los muchachos

alguna anguila desmirriada;

las sendas que siguen los taludes

descienden entre los penachos

de las cañas y llegan a los huertos,

entre los limoneros.

 

Mejor si la algazara de los pájaros

englutida por el azul se apaga:

se escucha más claro el susurro

de las ramas amigas en el aire

que casi no se mueve,

y las sensaciones de este olor

que no sabe separarse de la tierra

y llueve en el pecho una dulzura inquieta.

De las desviadas pasiones

por milagro aquí calla la guerra,

aquí también nos toca

a nosotros los pobres

nuestra parte de riqueza

y es el olor de los limones.

 

Ve, en estos silencios en que las cosas

se abandonan y parecen próximas

a traicionar su último secreto,

a veces se espera descubrir

un error de la naturaleza,

el punto muerto del mundo, el anillo

que no resiste,

el hilo por desenredar

que nos ponga finalmente

en el medio de una verdad.

La mirada hurga en torno,

la mente indaga, acuerda, desune

en el perfume que inunda

al languidecer más el día.

Son los silencios donde se ve

en cada sombra humana que se aleja

alguna perturbada deidad.

 

Mas falta la ilusión y el tiempo nos devuelve

a las ciudades rumorosas donde el azul se muestra

solo a retazos, arriba, entre molduras.

La lluvia fatiga la tierra, después; sobre las casas

se adensa el tedio del invierno,

se hace avara la luz, avara el alma.

Cuando un día de un mortal mal cerrado

entre los árboles de un patio

el amarillo de los limones se nos muestra;

y el hielo del corazón se deshace,

entre el pecho nos borbotan sus canciones

las trompetas de oro

de la solaridad.

..

..

La tormenta

Les princes n’ont point d’yeux pour voir ces grand’s merveilles.

Leurs mains ne servent plus qu’à nous persécuter…

Agrippa D’Aubigné, À Dieu

 

La tormenta que chorrea sobre las hojas

duras de las magnolias los largos truenos

marzales y el granizo,

[los sonidos de cristal en tu nido

nocturno te sorprenden, del oro

que se ha apagado en los caobos, en el corte

de los libros encuadernados, arde aún

un grano de azúcar en el capullo

de tus párpados]

 

el relámpago que cristaliza

árboles y paredes y los sorprende en aquella

eternidad de instante –mármol maná

y destrucción– que dentro de ti esculpe

puertas para tu condena y que te liga

más que al amor a mí, extraña hermana–

y luego el desarraigo áspero, los sistros, el bramar

de los tamboriles en la fosa

el pisotear del fandango, y sobre

algún gesto que se devana…

Como cuando

te volviste y con la mano, desembarazaste

la frente de la nube de cabellos,

 

me saludaste– para entrar en lo oscuro

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Sestear pálido y absorto

junto a una abrasada pared de huerto,

escuchar entre las zarzas y malezas

restallar de mirlos, rumorear de sierpes.

 

En las grietas del suelo o en el algarrobo

espiar las hileras de rojas hormigas

que ora se quiebran ora se entretejen

encima de minúsculas gavillas.

 

Observar entre las frondas el latido

lejano de escamas de mar

mientras se elevan trémulos estridores

de cigarras desde desnudos montes.

 

Y caminando bajo el sol deslumbrador

sentir con triste maravilla

cómo es toda la vida y su trajín

en este recorrer un muro

en cuya cima tiene filudos vidrios de botella.

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Correspondencias

Ahora que en el fondo de un espejismo

de vapores oscila y se dispersa,

otra cosa anuncia, entre los árboles, la voz

del pico verde.

 

La mano que vuelve a la cama del bosque

y pespunta la trama

del corazón con las puntas de la paja,

es la que madura íncubos de oro

a imagen de las acequias

cuando el carro sonoro

de Bassareo traslada alocados gañidos

de moruecos sobre retazos quemados de las colinas.

 

¿Vuelves tú también, pastora sin rebaños,

y te sientas en mi piedra?

Te reconozco, pero no sé qué lees

fuera de los vuelos que varían al paso.

Pregunto en vano al llano donde una bruma

vacila entre relámpagos y se esfuma entre techos dispersos,

a la fiebre escondida de los trenes rápidos

en la humeante costa.

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Delta

La vida que se quiebra en los trasiegos

secretos, la he ligado a ti:

aquella que se debate en sí y parece

casi no conocerte, presencia sofocada.

 

Cuando en sus diques se atasca el tiempo,

tu suerte se aviene a la suya inmensa,

y afloras, memoria, más patente

de la oscura región donde bajabas

como ahora, ya escampado, se adensa

el verde en las ramas, en las paredes el almagre.

 

De ti todo lo ignoro salvo el mensaje

mudo que me sustenta en la calle:

si forma, existes, o mal presagio en el humo

de un sueño te alimenta

la ribera que se afiebra, turba, y contra

la marea restalla.

 

Nada tuyo en la vacilación de las horas

grises o desgarradas por un tufo de azufre,

salvo el silbido del remolcador

que arriba de las brumas al golfo.

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Corno inglés

El viento que esta tarde toca atento

–recuerda de un fuerte sacudir de láminas–

los instrumentos de los espesos árboles

y barre el horizonte de cobre

donde estrías luminosas se expanden

como cometas en el cielo que retumba

[¡Nubes en viaje, claros

reinos de allá arriba! ¡Puertas mal cerradas

de altos Eldorados!]

y el mar que escama a escama,

lívido, muda colores,

lanza a tierra una tromba

de espumas enroscadas;

el viento que nace y muere

a la hora que lentamente se oscurece,

así te tocara esta tarde

desafinado instrumento,

corazón.

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Felicidad alcanzada, por ti

se camina en el filo de una espada.

Para los ojos eres tenue resplandor vacilante,

para los pies, rígido hielo que se quiebra;

y así no te toque quien más te ama.

 

Si llegas a las almas invadidas

de tristeza y las aclaras, tu mañana

es dulce y turbadora como

los nidos de las molduras.

Pero nada paga el llanto del chiquillo

a quien se le escapa el globo entre las casas.

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El Arno en Rovezzano

Los grandes ríos son las imágenes del tiempo,

cruel e impersonal. Observados desde un puente

declaran su nulidad inexorable.

 

Solo el arco vacilante de un pantanoso

juncal, algún espejo

que reluce entre malezas y musgo

puede revelar que el agua se piensa

como nosotros a sí misma

antes de hacerse vórtice y rapiña.

Ha pasado tanto tiempo, nada ha transcurrido desde

cuando te cantaba al teléfono “tú

que te haces la dormida”, con triple risotada.

Tu casa era un relámpago vista desde el tren. Curvada

sobre el Arno como el árbol de Judas

que quería protegerla. Tal vez no existe aún o

no es sino una ruina. Toda llena,

me decías, de insectos, inhabitable.

Otra comodidad nos conviene ahora, otra incomodidad.

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Para terminar

Recomiendo a mis herederos

[si los hubiese] en materia literaria,

lo que ya es imposible, que hagan

una hermosa fogata con todo lo que atañe

a mi vida, a mis actos, a lo no hecho.

Yo no soy un Leopardi; dejo poco a las llamas

y es demasiado ya vivir al porcentaje.

Viví al cinco por ciento; no aumentéis

la dosis. Demasiado a menudo, en cambio llueve

sobre mojado.

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Versión al castellano: Javier Sologuren

Oquendo sobre Luis Loayza

Luis Loayza y Abelardo Oquendo en Ginebra

Luis Loayza y Abelardo Oquendo en Ginebra

Cuadernos de Composición

El avaro apareció en una colección de libritos, folletitos, un proyecto editorial que se llamó Cuadernos de composición, y también la primera edición de la obra de Loayza sale bajo el nombre de este sello. Después, no me acuerdo si fue antes o después. Fue antes, antes de El avaro apareció una publicación que hicimos con Loayza que también se llamaba Cuadernos de Composición, cuya idea era convocar escritores, cuatro por vez, que escribieran sobre un mismo tema [como las composiciones de colegio]. Entonces, el asunto era darles un tema a los escritores para que escribieran sobre eso. Hicimos uno nada más, uno con el tema de la estatua, y claro, uno de los textos de El avaro aparece titulado “La estatua”. En el primer “Cuaderno” colaboramos Loayza, Sebastián Salazar Bondy, Alejandro Romualdo y yo. Después la cosa fracasó porque la gente no se animaba, ya que no quería que los comparáramos con los otros, como una especie de competencia para ver quién había escrito mejor, entonces no les interesó mucho el tema. Y hubo solamente ese par de publicaciones con el sello de Cuadernos de composición. Este relato que aparece en los “Cuadernos” es el mismo que luego aparece en El avaro, porque además hubo muy poca diferencia de tiempo entre una cosa y otra. Él ya tenía esos textos escritos. Sí, además él, tramposamente, o ventajosamente, mejor, fue el que propuso el tema, ya lo tenía listo.

Carácter

Lo peculiar en él es que parece una persona asocial, ¿no es cierto?, pero no es nada asocial. Es una persona como cualquier otra, muy sociable, muy buen conversador, gentil, muy amable con las personas. Lo que pasa es que no le gusta, no le gustan grupos grandes, no le gusta aparecer, no le gusta ser el centro de atención, y es más bien retraído, de pocos amigos. No impopular, porque no lo es, no lo era tampoco. Esto lleva a que nunca haya dado una entrevista, a que no le interese absolutamente si hablan o no hablan de él. Le tiene completamente sin cuidado. No se ha promocionado nunca, el ejercicio de la literatura para él es realmente una vocación a la que responde cuando le provoca. Nunca se ha forzado a escribir, o sea, si a él le provoca escribe. Ahora lleva varios años sin escribir, le pregunté últimamente en París si tenía algún proyecto y me dijo tener allí unas cosas pero que todavía no se había animado a ponerse a trabajar. Yo espero que lo haga porque no está trabajando absolutamente en nada. Ya se jubiló de las Naciones Unidas, él trabajaba en Ginebra en la ONU, pero ha seguido trabajando por contratas, hasta que decidió irse a París; se compró un departamento allí y ha abandonado Ginebra y no va a recibir más contratos.

Clases de derecho

Sus textos circularon mucho en manuscritos entre el círculo de amigos. Yo conocía El avaro antes de que se publicara, y también lo conocían algunos condiscípulos suyos de la Facultad de Derecho de la Católica. En varios de esos textos, casi todo el “Vocabulario”, por ejemplo, fueron escritos durante las clases de derecho. Luego él nos enseñaba lo que había escrito entre las clases.

Lima

Él venía a Lima hasta que murieron sus padres. Después de muertos sus padres no ha vuelto y no piensa venir; hace como 20 años que no viene. Es muy apegado, eso se puede ver en sus textos, muy apegado al recuerdo. Sus placeres, más que los placeres de la vida, son los placeres de la memoria. Él tiene un profundo afecto, una vinculación muy afectiva a la Lima, a la Miraflores que conoció, sobre todo en la que vivió, y también a ciertas personas. Lo que veía en sus continuas visitas bienales a Lima, era, bajo algunos aspectos, una decadencia; bajo otros aspectos, el paso arrollador de lo que llaman progreso. Entonces, Miraflores empezaba a cambiar y no precisamente para mejora. Por ejemplo, la avenida Pardo era una preciosa avenida con ficus y con casas grandes. Pero claro, las pistas eran muy estrechas y el tránsito se hacía absolutamente imposible. Fue creciendo el parque automotor, como le dicen, y además a raíz de los ficus, que son árboles muy poderosos, malograban las pistas y las veredas, empezaban a quebrarlas, a empujarlas y les hacían ondulaciones y eso era insostenible, por ello había que cortar. La avenida Benavides, ahora llena de edificios, estaba con esos ranchos miraflorinos tan bonitos, con sus jardines adelante, tenía una doble vereda, luego se tiraron los árboles abajo, se amplió la pista para satisfacer las necesidades del tránsito, empezaron a desaparecer las casas y a aparecer los edificios. Lima se convirtió en una cochinada. Lima era el lugar al que uno iba en corbata al centro. Entonces, todo eso lo afectaba realmente y en un momento dijo “para qué voy a volver a Lima si lo único que hago es dejar que devaste mi memoria”. Es un rasgo de profunda afectividad que tiene, pero se cuida mucho de demostrarlo, es muy íntimo.

Revistas

La colección Cuadernos de composición la inventamos Loayza y yo. Nosotros fuimos y le pedimos a Romualdo y a Sebastián y apareció este único número. Quisimos seguir haciéndolo, pero no encontró acogida, además queríamos una cosa barata, que tenga pocas páginas y la financiábamos nosotros. Lo mismo la revista, ese primer número lo financió Loayza. Invirtió el sueldo que le acababan de pagar y publicamos el primer número de Literatura. Después hicimos otra revista que tiene el record en el Perú, ya que por lo general mueren en el número uno. Esta murió en el número cero. Sacamos un número de prueba que se llamó Proceso, y esa revista la sacamos Mario Vargas, Loayza, Sebastián, Hugo Neyra y yo. La significación no estaba en una cosa gradual, que es un proceso, sino en el proceso judicial. Pensábamos procesar aquí a la literatura peruana, pero se murió en el número cero.

[Lima, 09 de diciembre de 2004]

Fotografía: Archivo diario El Peruano

Ramón Andrés. Poemas infinitos

Ramón Andrés (Pamplona, 1955)

Ramón Andrés (Pamplona, 1955)

 

 
De la naturaleza

Yo soy los elementos, la soledad del remo,
aquel viento nudoso que viene de los bosques,
aquel viento hecho hazaña
que envanece los nombres de cristal
que llevarán los aires conquistados.

Si arrecio en las planicies,
apagaré la luz con que me buscas.

Cuido de alborear si no me llaman cierzo,
y silbo en las vasijas de antiguos mercaderes.
Carnal, me mundanizo en las ciudades.
Frías las manos de vivir a solas,
me alejo de los cuerpos,
porque sin calma es cárcel toda huida.

Si ondeo en los arroyos,
no tendrá el cielo dónde desnudarse.

Cuando mi voz es nieve, pronuncio la quietud,
la escarcha que termina lo que empezó una rama,
los copos destilados en las ubres.
No cruzo los portales,
permanezco en el hielo por no llevar lo blanco
a los hogares con blasón de luto.

Si doy frío al espino,
lastimaré las manos de los muertos.

Y nazco alrededor de cuantos caminantes
convoca el desamparo, reverbero en sus ojos,
candente para mí y a ellos grato,
zanja de enero, fuego
que desciende a la mina de su llama
para que vivan otros en mi calcinación.

Si prendo en los viñedos,
dormirá el humo ebrio por los puentes.

Yo soy los elementos, la inusual bonanza,
la garza que no sabe volver de los mistrales,
el animal que lame la sequía,
embarrancado mar,
trópico y polo de un país ignoto
donde el día no es cierto, por más que yo amanezca.

 

 

Declaración

No soy el centro, el centro es el principio,
el agua que cabe en nuestro sorbo,
la espiral de las aves cercando los mercados,
el hierro incandescente sumergido en el agua
para que se haga ley con el morir del fuego,
para que el tiempo exhorte al desaparecido
y lleve el sol los nombres del origen.

No soy el centro, el centro es el principio,
el espigón donde el anzuelo tensa
la caña, sus anillos, no al viento sino al fruto,
la seca mordedura del error,
la locura de Tasso y su gritar de celda,
el búho que oscurece más el valle,
porque lo detenido siempre turba.

No soy el centro, el centro es el principio,
la rodera en la cal,
la carbonilla muerta de los túneles,
el santiguarse y jamás redimirse,
el que llora confeso de infinito,
el frío que cuartea el azar de una fuente
y afila el rostro de los caminantes.

El centro es el principio, la intriga del abismo,
la cosecha irisada como cresta de garza,
la llanada, la greda, el septentrión,
las márgenes quemadas de una hacienda,
la lumbre trasijada de los pobres,
el pie llagado por el junio hirsuto.

El centro es el principio,
el tiempo de abrazar y el tiempo de alejarse,
la línea de las cosas, su mudanza,
narrar el río que jamás fluyó,
recordar mi caída a los torrentes,
saber que me precedo, que me busqué en la nada
para que un nacimiento fuera el mío.

 

 

Eso es el hombre todo

Cada giro del mundo es un olvido,
una piedra arrojada hasta alcanzarnos.
No talaré ni un árbol para el fuego,
la plenitud del tordo me guarece,
los deltas escarchados por las grullas,
su vuelo de alfiler fijando estepas,
con estrellas que caen del pasado
porque ya no hacen pie en el universo.

Vendrá de otro poema el mediodía,
el reguero de sangre contra el muro
de alguna res caliente de abundancia,
la osamenta de casas que se curten
sobre el cuero tendido en los umbrales.
Cada giro del mundo es un olvido,
conozco la inquietud del ruiseñor
mejor que las ventanas de mi alcoba,
y aunque vivo en suburbios de humo fósil,
lejano del que afirma y tiene patria,
nadie sabe que cubre mi ciudad,
al tacto de la tarde, un papel biblia
donde no hay profecías ni expulsados.

 

 

Ciclo solar

Todas las noches cubro las cúpulas sin templo,
y giro alrededor de mundos no creados,
nudo de arena el ser, cosecha aún caliente
por el adentramiento de la alondra y su luz.
Se acerca la vigilia como animal de carga
trayendo los sucesos, la alianza del espino
con eso que no soy, tierra de promisión.
Contemplo a la zancuda que picotea el lago
y vuelve con un alga para enturbiar los cielos,
ahora que el vivir es solo alegoría
y el sol es carne limpia en los ojos del náufrago.
Todo tiene su origen para que nada cambie,
el mismo encorvamiento que conminaba al griego
lo fuerzas tú en la viña para arrancar el fruto.
Todo tiene su fin, el pan del reo, el paso,
hechos del mismo hierro la ganzúa, el cerrojo,
gozne que no rechina porque nada se cierra.

 

 

Plegaria sin juntar las manos

Nadie adivina la amplitud del límite.
Que a un caballo lo forman las llanuras
se olvida, que a una mano su lenguaje.

Habrán de sombrear las migraciones
la muerte de los padres, el camino
que en ti obligaron hasta ver su tiempo
mudable en tu mirada, como el ave
que al estallido emprende el horizonte
huyendo de la tierra que anduviste.

Haya recuerdo, pero no el hogar
de los antepasados. Haya norte
y sur para el que crea en la distancia.
Prosiga a pie lo que empezó en el sueño.

 

 

A la memoria de Dylan Thomas

Hizo falta un arroyo y un ave reflejada,
la arena y el más largo capítulo del Éxodo,
milnavegados mares, las ramas del manzano
arrojadas al río, coronándose en rumbo.
Y el vientre de la madre con una especie extinta.
Y el sol debió ganar la espalda a la tormenta,
partirse en dos la fe, calzar el verde esparto.
Y hubo que hablar al padre de elegías sin tumba,
y aprender el oficio del que alentó los fuegos,
ver al delfín buscar las sombras de los buques,
latir su corazón de proa ennegrecida.
Hizo falta la ortiga, los huesos de un caballo,
el tuétano que guarda la gloria del galope,
cavar, romper el himno, ser múltiplo del cielo,
retornar a tu octubre, al médano y al mimbre,
subirse a las colinas, a dormir en graneros
donde los gallos parten el oro de un maíz
que salta como el dado con que apostar la vida.
Y el verso alejandrino, la copia de los árboles
combados en los ojos del triste y del jilguero,
la campana que ahonda la habitación vecina
hasta llegar al salmo del que dudó los valles.
Todo fue necesario, el grito de los gamos,
las zarpas del gorrión nerviosas en mi dedo,
el átomo, el silencio sin luz de los amantes,
para que al fin la muerte perdiera sus dominios.

 

 

Epitafio a una ciudadana de Amherst

Cómo dormir más bajo que las brumas,
saber que, a poco que vivamos,
nadie está a salvo de una vida entera,
contar cuántas brazadas
va hundiéndose la sombra por las torres
hasta que el sol no sea de las cosas
y la noche respire en sus nidadas.
Cómo dormir más bajo que las brumas
y ver flotar la espalda de los pueblos,
su cuerpo a la deriva hasta encallarse
en los cruces que esperan las llegadas.
Pensar, al construir un muro,
qué dejo fuera y qué confino dentro,
los granjeros de Frost, una campana
que atesa el cuello a la cigüeña
y le impide un instante cercar a su parásito;
esa campana que hace vibrar el contrafuerte
en donde se empobrece el día
que estuvo en los mercados,
y ahora escapa sin mirar a nadie,
con los pies astillados tras la helada
y las venas marcadas en la sien
cuando la nada nos levanta a pulso.

 

 

El río visto desde el bosque de los cedros

No es un dios ni es frontera,
su tarea es llevarse
la luz de las ventanas hacia el sur.
Es lo heredado, el frío,
la culebra que tiene en las planicies
el ascua más antigua del poniente,
el tirón de la anguila, la finta de su lodo.
En la vertiente nada es más eterno
que el lagrimal de un buey donde el insecto quema.
Es la niebla entre casas ya vendidas,
el silencio del último en mirar,
aquel mechón del lobo entre las zarzas.

Su germen, su costumbre,
es hacerse amarillo en el sudor
de quienes todavía esperan de las siembras.

Y cuanto menos juzga más nos ama,
no puede conocernos, como el que está de paso,
y por ello sin culpa arranca la raíz
al valle y se la ofrece a las orillas,
a la tierra más fresca de las fosas,
que seca pronto porque nadie ha muerto.

Su tarea es llevarse el cirro despeñado,
curvar al pescador como un anzuelo,
tenerlo en el sedal de su razón.

No le llegan del mar señales de reposo,
sino de los ganados que lo enturbian
y le recuerdan que es también de arcilla,
que de sus aguas nacen los cuerpos, esas manos
que nunca nos empujarán
hacia el día final de la repulsa.

 

 

Meditatio

Amar, tener la muerte en que morir,
no angostarse, pensar goces de anchura,
necesitar a todos los maestros.
Salvar la rienda tensa de relincho,
ser el plural de lo que fue unidad,
buscar consejo pero errar sin guía.
No acatar, no temer apagamientos
del azar, de la idea, y recordar:
lo que te pertenece te destruye.
Y saber que no hay hombres inocentes,
caer a solas en la siembra estéril,
y de la imperfección hacer sosiego.

 

 

Visión del infierno en homenaje a William Blake

Me llamó desde el mar, entró en el fuego,
se engalanó en la costa de una espera,
quedó el insomnio atado a las ortigas,
y con el corazón movió las lluvias.
En soledad tocó una caracola
con la que anunciar opacas alamedas,
rompió en un eco la ascensión del mirlo,
su alabanza del aire, no del cielo.
Y me exhortó, mas no era yo el llamado.
Y cogió el tiempo y lo esparció en crepúsculos,
tomó el espacio, lo dejó angostarse.
y de los pozos hizo su proverbio,
se diluyó en el hombre, en la mujer,
cruzó un arroyo anterior a Dios,
trabajó los metales para un filo.
Todo árbol tuvo nombre de ahorcado.
Sólo hubo estrellas para ser contadas.
Si la noche dudara, alumbraría.
Yo, que apenas he andado y muero exhausto,
hallé sus ríos sin ningún recodo.
Durmió bajo las grupas de las cuadras,
endureciéndose al calor rupestre.
En la sombra del cuervo tuvo el nido.
Y más pesó el crujir de la manzana
que los sacos llevando la promesa.
Me llamó por el monte, a contraluz,
remontó en la ventisca mi pasado.
Con su engaño vivía en las balanzas.
Revolvió entre los leños del castor,
pensó en imantar el sur, el este,
y así perderme en la tenaz tormenta
del que extravía un don en cada ráfaga.

 

 

Árbol solitario

Ala de un vuelo que solo fue monte,
de un ángel que buscó ser campanario.
Para ningún oficio es su tañer
de sombra convocada.
Solo apenumbra formas de pasado
en quien se llega al cerro
y ve un insecto preso en la resina,
como lo está una llama en la mirada.
Y el aura, siendo causa del principio,
rojo poniente en soledad de extremo,
a contraviento desordena el ser,
mientras Adán, irónico, envejece.

 

 

Autor: Ramón Andrés

 

Hilda Hilst: Trece poemas

Hilda Hilst

Hilda Hilst

 

XVI

               O que nós vemos das coisas são as coisas.
               (Fernando Pessoa)

Las cosas no existen.
Lo que existe es la idea
melancólica y suave

que hacemos de las cosas.

La mesa de escribir es hecha de amor
y de sumisión.
En tanto
nadie la ve
como yo la veo.
Para los hombres
es hecha de madera
y esta cubierta de tinta.
Para mí también
más la madera
protege su interior
pues su interior es humano.

Los libros son criaturas.
Cada página un año de vida,
cada lectura un poco de alegría
y esta alegría
es igual al consuelo de los hombres
cuando inquietos permanecemos
en respuesta a sus inquietudes.

Las cosas no existen.
La idea, sí.

La idea es infinita
igual que el sueño de los niños.

                         de: Balada de Alzira [1951]

 

 

NO HABLEMOS.
Y que las voluntades primeras
permanezcan
gigantes y sin forma
sin ningún camino
para el mundo de los hombres.

 

IV

[fragmento]

               A Vinicius de Moraes

En la hora de mi muerte
estarán a mi lado más hombres
infinitamente mas hombres que mujeres.
(Porque fui más amante que amiga)
Sin duda dirán las cosas que no fui.
Como entonces con gran generosidad:
No era mal poeta la pequeña Hilda.

Tendré rosas en el cuerpo, en las manos, en los pies.

Son todos tan delicados
tan delicados…

                         de: Balada do Festival [1955]

 

 

16

No es verdad.
No todo fue tierra y sexo
en mí
si soy poeta
es porque también
se hablar de amor
suavemente.

Y como nadie se
acariciar
la cabeza de un perro
en la madrugada.

 

19

Prométeme que te quedarás
hasta que la madrugada te sorprenda.
Aunque no sea abril
esta noche que desciende
aunque no haya estrella y esperanza
en este amor que amanece

                         de: Roteiro do silêncio [1959]

 

 

I

Nave
ave
molino
y más todo seré

Para que sea leve
mi paso
en vuestro
camino

                         de: Trovas de muito amor para um amado senhor [1960]

 

 

III

Tu sueño no es un sueño común.
Extiendes la vigilia
y aprendes a través de la oscuridad.
También así
el mar reposa.

                         de: Pequenos funerais cantantes ao poeta Carlos Maria de Araújo [1967]

 

 

IV

¿Qué boca ha de roer el tiempo? ¿Qué rostro
Ha de llegar después del mío? ¿Cuantas veces
el tejido leve de mi soplo ha de posarse
sobre la blancura agitada de tu pecho?

¿Atravesáremos juntos las grandes espirales
la arteria extendida del silencio, el vacío
la planicie del tiempo?

Cuantas veces dirás: vida, estrella vespertina, magna-marina
y cuantas veces diré: eres mío. Y en las distendidas
tardes, de largas lunas, de madrugadas agónicas
sin poder tocarte. Cuantas veces, amor

Una nueva vertiente ha de nacer en ti
y cuantas han de morir en mí.

                         de: Júbilo, memória, noviciado da paixão [1974]

 

 

XIX

Si yo supiese
tu nombre verdadero

te tomaría
húmeda, tenue

y entonces descansarías.

Si susurraras
tu nombre secreto
en mis caminos
entre la vida y el sueño

Te prometo, muerte,
la vida de un poeta. La mía:
Palabras vivas, Fuego, Fuente.

Si me tocaras,
amantísima, blanda
como fui tocada por los hombres

en vez de Muerte
te llamo Poesía
Fuego, Fuente, Palabra viva
Suerte.

 

XXII

No me busques ahí
donde los vivos visitan
a los llamados muertos.
Búscame
dentro de las grandes aguas
en las plazas
en el fuego corazón
entre caballos, perros,
en los arrozales, en el arroyo
o junto a los pájaros
o en el reflejo
de otro alguien,
subiendo un duro camino

Piedra, semilla, sal
pasos de la vida. Búscame ahí.
Viva.

                         de: Da morte. Odes mínimas [1980]

 

 

VI

Hoy te canto y después en el polvo que he de ser
te cantaré de nuevo. Y tantas vidas tendré
cuantas me darás para otra vez amanecer
intentándote buscar. Porque vives de mí, Sin Nombre,
sutilísimo amado, relincho del infinito, y vivo
porque sé de ti tu hambre, tu noche de herrumbre
tu pasto es mi verso rociado de tintas
y de un verde negro tu casco en los arenales
donde me pisas hondo. Hoy te canto
y después enmudezco si te alcanzo. Y juntos
iremos a teñir el espacio. De luces. De sangre.
De sangre.

                         de: Sobre a tua grande face [1986]

 

 

XXII

Que las barcazas del Tiempo me devuelvan
la primitiva urna de palabras.
que me devuelvan a ti y a tu rostro
como lo conocí desde siempre: punzante
pero centellante de vida, renovado
como si el sol y el rostro caminasen
porque venia de uno la luz del otro.

Que me devuelvan la noche, el espacio
para sentirme tan vasta y poseída
como si aguas y maderas de todas las barcazas
se hiciesen materia rediviva, adolescencia y mito.

Que te devuelva la fuente de mi primer grito.

 

 

III

Descansa.
El hombre ya se hizo
el oscuro ciego rabioso animal
que pretendías.

                         de: Amavisse [1989]

 

Selección y traducción: Leo Lobos
Fotografía: Archivo Hilda Hilst – CEDAE-IEL-UNICAMP