Las tres palabras secretas (anónimo alquímico)*

03_f01

.

Capítulo I

Las cualidades de la Piedra Filosófica

La Piedra de la cual se produce esta operación contiene en sí todos los colores. Es, en efecto, banca, roja de un rojo ardiente, más amarilla que ninguna, celeste, verde, oscura. En esta piedra están contenidos los cuatro elementos. Tiene la cualidad del agua, del aire, del fuego y de la tierra. Alberga veladamente el calor y la sequedad y en ella se manifiesta el frío y la humedad[1]. Lo que debemos hacer es ocultar aquello que es manifiesto y hacer manifiesto aquello que permanece oculto. El contenido oculto, esto es calor y sequedad, es un aceite y este aceite es seco: es esta sequedad, y no otra, la que tiñe, porque solo el alkali[2] tiñe. Lo que se muestra de modo manifiesto es algo frío y húmedo, un humo acuoso que corrompe. Se debe hacer, por tanto, que aquella humedad y aquel frío sean equitativos al calor y a la sequedad para que el fuego no se evapore: porque en el medio de aquella humedad y de aquel frío hay una pequeña parte de calor y de sequedad, por lo que aquello que es frío y húmedo debe acoger el calor y la sequedad que estaban ocultos en el interior, convirtiéndose en una única sustancia. Aquel frío y aquella humedad son el humo acuoso que corrompe y del que ya hemos hablado, pues la humedad acuosa y ardiente corrompe el cuerpo y lo vuelve de color negro. Todas estas imperfecciones deben ser destruidas en el fuego mediante sus diversas gradaciones.

.

.

Capítulo II

Las propiedades de la Piedra

Este es el Libro de las Tres Palabras, el libro de la piedra preciosa, que es un cuerpo aéreo y volátil, frío y húmedo, acuoso y ardiente y que lleva dentro de sí el calor, la sequedad, el frío y la humedad: algunas de estas virtudes están ocultas, otras manifiestas. Y como lo que está oculto puede tornarse manifiesto, así lo que es manifiesto puede volverse oculto por virtud divina, el calor como la sequedad. De hecho, los filósofos persas[3] sostienen que el frío y la humedad acuosa y ardiente no van a la par con el calor y con la sequedad: porque estos destruyen a los primeros por virtud divina. Entonces este espíritu se transforma en un cuerpo excelentísimo que no evapora al fuego y fluye como el aceite: es la tintura viva que se multiplica, confiere peso, colora, da esplendor y consolida, bellísima, penetrante, protectora y perpetua, la que a todo vence y es preciosa como el sol.

.

.

Capítulo III

El calor y la sequedad que se encuentran ocultos en la humedad y en el frío

La admirable obra de las tres palabras es la obra de la piedra preciosa en la que se encuentran el frío y la humedad acuosa y ardiente, mientras que oculto en ella yace el calor: pero estas tres palabras son leídas e interpretadas de otra manera por algunos, de modo que podemos volver oculto aquello que es manifiesto y manifiesto lo que permanece oculto. Lo oculto es de la naturaleza del sol y del fuego, es el aceite más precioso de todas las cosas ocultas, tintura viva, agua perpetua, que vive y que se conserva en lo eterno, vinagre de los filósofos, espíritu penetrativo[4]; lo oculto es lo que tiñe, añade y revive, aquello que rectifica e ilumina a todos aquellos que han muerto y los hace resurgir[5], porque su calor y su sequedad no evaporan al fuego. En cambio el fuego acuoso y ardiente evapora al fuego y se destruye.

.

.

Capítulo IV

La transformación del espíritu en cuerpo y del cuerpo en espíritu

Para que sea completamente manifiesto aquello que está oculto el espíritu de lo húmedo y del frío debe ser transformado en cuerpo. A su vez, este cuerpo debe ser transformado en espíritu. Luego nuevamente el espíritu debe volverse cuerpo: entonces se volverán amigos el frío y la humedad, el calor y la sequedad. Por eso sostienen los filósofos persas que es admirable el modo en que esta se produce, pero que puede suceder por virtud de Dios, con dulce equilibrio regulado por el fuego con moderación. La duración de este proceso es de dos días más siete. De hecho, el dos se puede entender por el tres, el cinco por el dos, pero el tres no puede comprenderse[6]. Estas son las tres palabras preciosas, ocultas y manifiestas concedidas no a los malvados, impíos ni infieles, sino más bien a los fieles y a los pobres, desde el primero hasta el último.

.

.

Capítulo V

Los planetas y las obras que sus imágenes realizan sobre el mercurio

Digo, por tanto, que en el mercurio se llevan a cabo las obras de los planetas y sus imágenes se reflejan en sus partes, como los planetas mismos operan en el feto, influyendo de modo diverso en los partos[7]. De hecho, durante el primer mes, cuando el semen es acogido en el útero, opera Saturno, congelando y manteniendo la materia en una única masa con su frío y su sequedad. En el segundo mes obra Júpiter, haciéndola madurar con su calor hasta formar una masa de carne denominada embrión. En el tercer mes rige Marte que se encuentra activo en los opuestos de la materia y con su calor y su sequedad divide y separa aquella masa, delineando las extremidades. En el cuarto mes el Sol, como señor, hace penetrar el espíritu y así el feto comienza a vivir. En el quinto mes opera Mercurio que produce las cavidades y las aberturas que permiten la respiración. En el sexto mes Venus dispone ordenadamente las cejas, los ojos, los testículos, etc. En el séptimo mes la Luna, con su frío y su humedad, expele al feto que, si nace, entonces puede vivir, pero si no nace sufre y se debilita. El octavo mes es nuevamente regido por Saturno con su frío y sequedad quien posibilita que el feto sea retenido en el útero: si nace, entonces no puede vivir. En el noveno mes opera también Júpiter quien, nutriéndolo con su calor y su humedad, devuelve al feto su fuerza: así, al final del noveno mes puede nacer y vivir bien. Esta es la verdad. El agua mantiene durante tres meses al feto en el útero, el fuego otros tantos lo custodia, el aire lo nutre por tres mes también: el cumplimiento se da cuando la preciosa sangre, que nutre por el ombligo, empieza a subir hacia los senos de la madre y que luego de los dolores del parto adquiere el color de la nieve. No se abre la vía de salida al niño hasta que no pueda soportar el aire. Cuando finalmente sale abre la boca y puede ser amamantado.

.

.

Capítulo VI

La observación de los planetas en la obra de la alquimia

Debemos comprender qué significan estos tres meses. Esto se debe aprender con la mente aguda y debemos mantenerlos unidos y extraer el dos: sin el dos no se comprende el tres, pero por el tres en este contexto se comprende el dos más siete. Por eso todos aquellos que desean aprender este arte aguzan el ingenio para descubrir el tesoro de las tres palabras: en ellas está oculta la completa preparación y la virtud de la piedra, que contiene calor y homunculus-in-a-vialsequedad, sequedad que es aceite vivo, tintura viva, sequedad teñida y profundidad de las tinturas, es decir, calor y sequedad que se unen[8]. Todos aquellos que han podido ver esto en su principio han comprendido la palabra que ha sido pronunciada y aquellos que han escuchado las tres palabras han tenido gran maravilla. Esta es su explicación: como desde el principio de la concepción hasta el nacimiento del niño cada planeta da su propia imagen a la parte establecida, según el decreto de la virtud creadora divina, así yo, Rachaidebi, afirmo, en verdad, que en todas las operaciones alquímicas cada planeta produce su propia imagen en el lugar establecido, hasta que la obra llega a su cumplimiento y nace artificialmente la alquimia[9]. Pero si debo decir la verdad con mayor claridad, ella nace naturalmente según el movimiento de todos los planetas, como Dios mostró en el protoplasto[10] y posee la naturaleza de todas las tinturas: así nace el mercurio, que contiene en sí los cuatro elementos y la naturaleza de todas las tinturas de acuerdo a sus grados. En la obra de la alquimia muchos se equivocan y pocos alcanzan la meta. En efecto, sobre esta obra influye la danza de la Luna y el círculo del Sol. Tres son los grados: el primero es débil, el segundo es estable y el tercero perfecto. Tres son los puntos determinados: el primero, cuando el Sol entra en Aries y está en su exaltación[11]; el segundo cuando el Sol está en Leo; el tercero cuando el Sol está en Sagitario. El círculo del Sol es de 28 años, en 19 años la alquimia obtiene su mineral y los demás, que se encuentran enumerados en la tabla de la alquimia. Del número de la danza de la Luna hemos descubierto los grados, de nueve a doce, y de uno a dos, de ciento sesenta y tres a veinticuatro. Siete los hemos descubierto en el círculo del Sol. Comprendemos, por tanto, por qué la obra de la alquimia se cumple de acuerdo con estos grados[12].

.

.

Capítulo VII

Explicación de las tres palabras

Volvamos a la explicación de las tres palabras en las que consiste todo el arte. Agua: se dice que por tres meses mantiene el feto en el útero. Aire: lo nutre por tres meses. Fuego: también lo conserva por el mismo período de tiempo. Todo lo que aquí se ha dicho es verdadero, por analogía, sobre el mercurio. Esta palabra, este discurso, este término oscuro así se esclarece y permite comprender la verdad. Diversa es la naturaleza en la mujer embarazada y en el mercurio, pero esto ha sido descubierto por la semejanza del calor que hay en el útero: se estima que sea un fuego de treinta y dos grados[13]. Por lo que esta tercera sentencia “El fuego también lo custodia” es oscura: muchos se equivocan en este punto y entran, sin saberlo, en la región de la tierra, porque de tres grados toman dos y de estos dos son extraídos los demás. De esta forma el libro está dividido en una red de treinta y dos partes y en estos grados se cumple por completo la tercera palabra, de la que tanto se habla. El primer grado completa al aire y al agua. El segundo completa todo aquello que hemos dicho y más. Este es el don de Dios.

.

.

Capítulo VIII

Los grados del Fuego

El filósofo del rey de los persas y del príncipe de los romanos dijo: “Divide las tres palabras en dos partes y a estas divídelas a su vez en dos partes y de estas dos provienen los treinta y dos grados”, que son aquellos dentro de los cuales se delimita el fuego, llamadas partículas de fuego. Ellas son señaladas por las porciones del arca[14] que se divide en treinta y dos partes y son llamadas almec. Todos estos grados se encuentran dispersos en las dos primeras partes, que son los dos términos y al ser divididos en cuatro partes se subdividen a su vez en treinta y dos: así el primer grado es la partícula de fuego, albechir, y es única y simple tanto es así que se la define como “casi nada”. Es el fuego ligero con el cual comenzamos a comprender el mercurio al rojo, cuando los maestros persas lo llevaron a la muerte con sutil ingenio y dos palabras se alcanzan en seis maenchen. Luego se obtiene la tercera palabra, que es oscura: muchos yerran y pierden la cabeza por ella. El filósofo del rey de los persas dijo: “Dividámosla por la mitad”. La mitad está hecha de tres maenchen y está regida por dos grados, que son dos partículas de fuego. Por tanto, estas tres palabras se cumplen en veintidós maenchen regido por ocho grados de fuego. El tercer término es de veinte maenchen gobernado por dieciséis grados. El cuarto es de veinticuatro maenchen y de cuatro días y es regido por treinta y dos grados, es decir, partículas, de fuego. Así todos los fetosfilósofos persas. Alabado sea Dios y su santo nombre. Esto ha sido dicho del fuego temperado a propósito de las tres palabras sobre la naturaleza de la mujer embarazada, tenida como ejemplo del fuego necesario para el mercurio.

Todos estos términos se dividen a la mitad porque entre ellos son veintitrés manahen y siete diethen: al final del primer término abre el tesoro y proyecta lo que has encontrado: pero si se eleva y emite humo cuando lo deposites sobre una lámina incandescente, entonces no está todavía listo. Vuelve a meterlo al fuego de dieciséis, pues contiene ocho grados de fuego y luego abre de nuevo el tesoro y ponlo en una lámina caliente para ver si todavía se eleva y emite humo, ya que en ese caso tampoco estará listo. Vuelve a meterlo al fuego de veinte, el que contiene dieciséis grados, y abre el tesoro y si aún desprende humo todavía no está cocido. Entonces ponlo a fuego de veinticuatro maenchen y cuatro diethen, que contiene treinta y dos grados: ahora sí estará lista la piedra preciosa que funde, verde o color oro o amarillo o rojo. Por ello sea alabado Dios y su santo nombre, que es bendito sobre todos los nombres, por este su santo don.

.

.

Reinhard Huaman Mori, de la versión al castellano.

de: Alchimia. I testi della tradizione occidentale. Arnoldo Mondadori Editore. Milán. 2006.

.

.

NOTAS

[*] Este tratado de origen incierto es atribuido, junto con el Liber secretorum alchimiae, al primer alquimista árabe, el califa omeya Khãlid ibn Yazid ibn Mu’awiya, quien —como narra el prólogo del Testamento de Morieno— habría recibido de este último la enseñanza de la alquimia y, según al-Nadim, habría sido el primer autor de obras alquímicas en árabe, además de supervisar la traducción de escritos griegos sobre la transmutación. El elemento relevante en el Liber trium verborum, que fue de gran influencia en la tradición occidental postmedieval, es la unión entre alquimia y astrología, efectuada a través de la mediación de la embriología. El paralelo entre la creación de la piedra filosofal y el embarazo, puesto en conocimiento en el texto bizantino atribuido a Cleopatra y recuperado por Morieno, está aquí resumido por la descripción de la influencia de los planetas. Empero, al contrario de la relación lineal entre planetas y meses del embarazo aceptados por la medicina astrológica, la influencia planetaria sobre la alquimia es “explicada” mediante una enigmática fórmula numerológica, la cual parece ser la raíz de las “tres palabras” y que llevan a especulaciones simbólicas hasta la fecha no investigadas.

[1] La dinámica oculto/manifiesto aquí propuesta, según la cual los contrarios se encuentran en los contrarios y que una pequeña parte de calor y sequedad que está en el interior del frío y la humedad hace posible la conjunción entre las partes opuestas, es otra cosa gracias a las relaciones entre las cualidades ilustradas en el cuadro de los elementos, según los cuales las transformaciones de estos son posibles a partir de la pertenencia de una cualidad (calor, humedad, etc.), a dos elementos contiguos, como cualidad principal o propia de uno y como cualidad secundaria o perteneciente al otro (el fuego, caliente y seco, está contiguo a la tierra, seca y fría, pero también al aire, húmedo y caliente; mientras que el agua, fría y húmeda, está contigua al aire, húmedo y caliente, y a la tierra, seca y fría).

[2] En su significado más genérico el término se refiere a las cenizas, la sustancia quemada que no puede ya adherirse al fuego y con ella se preparaban las “tinturas” en la alquimia griega.

[3] Tanto los filósofos persas, como los “filósofos hindúes” que encontramos en el texto atribuido a Razi conocían de los motivos orientales añadidos sobre la alquimia que procedían de los textos griegos. Sobre la figura de Kalid, quien posteriormente se denominará Rachaidebi, cfr. Ruska, Arabische Alchemisten. I; Lory, Alchimie, pp. 12-16; Halleux, Les Textes, p. 65. Pero sobre el Liber trium verborum hay pocas noticias: Ruska, pp. 49-50 se limita a observar que el contenido del texto concierne a la posición de los planetas en el desarrollo de las operaciones alquímicas, mientras que Halleux simplemente señala la diferencia entre las dos ediciones, confiriendo mayor credibilidad a la que utilizó. A nuestro juicio no existen estudios sobre este texto, por lo que la unión entre las tradiciones astrológica y alquímica es un tema muy relevante y no menor, pese al antiguo paralelismo entre planetas y metales, ya que también —junto con el motivo de las “tres palabras” misteriosas— tendrá un amplio desarrollo a partir del tardo Medioevo con la unión entre la alquimia y la tradición oculta.

[4] Las aquí enumeradas son las cualidades del agua sulfúrea o divina.

[5] Se ha tocado ya el tema de la resurrección en el tratado de Cleopatra y en los Septem tractatus Hermetis: metáfora del proceso de fluidificación final de la sustancia perfeccionada, pero es también motivo de gran referencia en el contexto de la tradición religiosa tales como la islámica y la cristiana, orientadas por una concepción escatológica de la salvación, en donde el tema de la resurrección de los cuerpos es el elemento sobresaliente. cfr. también el Libro de la misericordia, cap. LXXI.

[6] Este enigma numerológico se relaciona con el paralelismo instituido mucho después entre la obra alquímica y la formación del feto.

[7] La influencia de los planetas en varios meses del embarazo es una de las partes especiales de la medicina astrológica árabe y este tema pasará a la medicina occidental, en textos como De secretis mulierum, atribuido a Alberto Magno: cfr. Ch. Burnett, “The planets and the development of the human embryo”, en The Human Embryo. Aristoteles and the Arabic and European Tradition, ed. G. R. Dunstan, University of Exeter Press, Exeter, 1990, pp. 95-112. Al mercurio como materia prima de la obra alquímica, sujeto a todas las transformaciones posibles, le corresponde el planeta Mercurio, que en la tradición astrológica de matriz islámica es considerado capaz de influir sobre las cuatro cualidades elementales, mientras que cada uno de los otros planetas se combina con un elemento.

[8] La virtud de unir, que en la dinámica elemental natural pertenece al frío auxiliado por lo húmedo, es posible artificialmente por el calor, que en la naturaleza es una fuerza que separa, ayudado por la sequedad. Esto ha sido también analizado por Freudenthal: The Problem of Cohesion.

[9] Alchimia, como en el Testamento de Morieno y en otros textos traducidos del árabe, indica el producto de la obra, además del arte.

[10] La comparación entre el producto de la obra alquímica y Adán nos lleva hasta Zózimo y será luego retomado en el siglo XIII por Roger Bacon, quien subraya el equilibrio elemental del cuerpo y la longevidad del protoplasto: en ambos casos falta la peculiar conexión de naturaleza astrológica.

[11] “Exaltación” es un término técnico de la astrología que indica la relación entre un signo y un planeta y entre los cuales hay una afinidad completa (por ejemplo Cáncer y la Luna): cuando el planeta se encuentra en tal signo su capacidad de irradiar su propia influencia es máxima.

[12] El vínculo entre obra alquímica y astrología está presente tanto en la cultura islámica como en la latina.

[13] La escala de medida de estos grados nos es desconocida. A ello se añade la formulación oscura de la última parte del capítulo, que parece aludir a algo como un dispositivo gráfico relativo a la gradación del calor, y también a dispositivos (tablas) análogas a las utilizadas por astrónomos y La parte final del presente capítulo podría provenir de los astrólogos. Recordamos que del Liber trium verborum no se conoce el original, que se supone que es árabe (entre los diversos autores denominados Kalid hay alguno considerado de origen árabe: cfr. Ferguson, Bibliotheca Chemica, I, pp. 448-50, que se confiere a este autor el nombre de Rachaidebi). La unión entre numerología y ciencia alquímica ha sido ampliamente estudiada en relación a los escritos de corpus giabiriano, pero sin alusiones al texto que aquí nos interesa, por Paul Krauss, Pierre Lory y Syed N. Haq.

[14] El término, que parece tener relación con el “tesoro” de la última parte del capítulo, probablemente indica al recipiente en el que se pone el “mercurio”, materia de la obra alquímica, que es sometido después a un fuego incrementado de modo progresivo según sus proporciones y que, en la formulación que tenemos, resultan incomprensibles.

.

Anuncio publicitario

Las tentaciones del demonio. August Strindberg

Estocolmo, 1849 – Estocolmo, 1912

 

El proceso de divorcio avanza muy lentamente, interrumpido de vez en cuando por una carta de amor, un grito de queja, promesas de reconciliación. Y luego, un brusco adiós por siempre jamás.

Yo la amo, ella me ama y los dos nos odiamos con un feroz odio de amor que crece con la ausencia.

Sin embargo, y para romper un vínculo funesto, busco la ocasión de sustituir ese cariño por otro, e inmediatamente mis deshonestos votos son escuchados.

En la cena de la crémerie aparece una dama inglesa, que se dedica a la escultura. Ella es la primera en dirigirme la palabra, e inmediatamente, me agrada.  Es hermosa, encantadora, distinguida, de buen porte, seductora con su dejadez de artista. En suma, una edición de lujo de mi mujer, cuya imagen ofrece ennoblecida y agrandada. A fin de serme agradable, el decano de la crémerie, el artista maestro invita a esta dama de las veladas del jueves que organiza en el estudio. Voy a ellas y me mantengo apartado, porque ante un público burlón siempre expongo mis sentimientos a disgusto.

Hacia las once, la dama se levanta y me hace una señal de inteligencia. Me levanto con bastante torpeza, me despido y, después de haber ofrecido a la joven acompañarla, la guío a la salida entre las risas de la pandilla de jóvenes impúdicos.

Ridiculizados el uno por el otro, partimos sin decir una palabra, despreciándonos, como si nos hubiésemos desnudado ante la muchedumbre burlona.

Pero fue preciso pasar por la callede la Gaîté donde chulos y putas nos abofetearon con sus ultrajantes injurias, al tomarnos por dos de sus iguales descarriados.

Uno es poco amable cuando está rabioso y clavado en la picota; inclinado bajo el látigo, no puedo levantarme. Llegados al bulevar Raspail, nos ataca un lluvia fina, molesta como latigazos. Al no tener paraguas, ¿no era lo más razonable buscar refugio en un café muy caliente y luminoso? Con un gesto de gran señor levanto el dedo hacia el más rico de los restaurantes. Cruzamos el bulevar a paso ligero… ¡Pan! ¡Pan! La idea de que no tenía un céntimo me golpeó en el cráneo como un martillazo.

He olvidado cómo salí del paso, pero nunca olvidaré las sensaciones que me asaltaron durante la noche, después de dejar a la dama delante de su puerta.

El castigo, aunque severo e inmediato, y administrado por una mano hábil que no pude desconocer, me pareció insuficiente. Mendigo, con obligaciones incumplidas hacia mi familia, había querido entablar una relación comprometedora para una mujer honrada. Era el crimen por las buenas, y me inflingí la penitencia en regla. Renuncio a la velada de la crémerie, ayuno y evito todo lo que puede evocar la fatal pasión.

Pero el seductor vigila, y en una velada de atelier vuelvo a encontrar a la hermosa con su traje oriental que realza su belleza de forma enloquecedora.

Sin embargo, ante ella no encuentro nada que decir, soy un necio, y tras descibrir que aquella mujer no merecería otra cosa que una simple declaración contundente y franca: «La deseo», me marcho, ardiendo hasta los huesos en una llama impura.

Al día siguiente vuelvo a la crémiere: allí está, deliciosa, acariciándome con su voz mimosa, cosquilleándome con sus ojos felinos. Nos ponemos a hablar y todo va bien hasta que, en el momento crítico, la joven Minna hace una entrada ruidosa. Era una hija de artista, modelo, amante, que se interesaba por la literatura, una joven estupenda recibida en todas partes. También yo la conocía, y una noche nos habíamos hecho buenos amigos, pero sin ir más allá de las conveniencias. En resumen, Minna entra, se arroja entre mis brazos —estaba algo borracha—, me besa en las mejillas, me tutea.

La dama inglesa se levanta, paga y se va. Se acabó. ¡No ha vuelto nunca! Gracias a Minna, que además me había prevenido contra aquella dama con razones que dejo de lado.

¡Basta de amor! La orden de las potencias está dada y me resigno, con la certeza de que un motivo superior se oculta en ella como en otras partes.

 

Animado por el éxito del azufre, sigo con el yodo, y después de haber publicado un artículo en Le Temps sobre una de las síntesis del yodo, un señor desconocido viene a verme al hotel. Se presenta como representante de todas las fábricas de yodo de Europa, me informa de que acaba de leer mi artículo y que, en el momento en que el asunto se confirme, podremos producir un crac en la Bolsa, acompañado de un beneficio de millones para nosotros, con la sola condición de sacar una patente.

Le respondo que no he hecho un invento industrial, sino un descubrimiento científico, y que el aspecto comercial no me interesa lo suficiente para inducirme a proseguir con las manipulaciones.

Se marcha. La dueña del hotel, que en otro tiempo mantuvo relaciones con el señor desconocido, se informa por él de la gran noticia, y durante dos días fui considerado como el millonario futuro.

El negociante vuelve, esta vez más gozoso que antes. Se había informado, y, tras quedar convencido de que el descubrimiento era rentable, me invita a dirigirme inmediatamente a Berlín para ponerse en marcha.

Se lo agradecí, aconsejándole que hiciese emprender los análisis necesarios antes de comprometerse.

Me ofrecía cien mil francos antes de la noche si yo tenía a bien seguirle…

Lo despedía olfateando alguna marrullería.

Abajo, me trató de loco delante de la patrona.

Los días siguientes se produjo una calma que me dejó tiempo para reflexionar. La miseria amenazadora, las deudas impagadas, el futuro incierto, de un lado; del otro: la independencia, la libertad para proseguir los estudios, la vida fácil. Además, una idea vale su precio.

Se apoderó de mí el arrepentimiento, mas no tuve valor para reanudar las relaciones; y un telegrama del comerciante vino a advertirme que un químico auxiliar de la escuela de medicina, y un diputado, ya célebre entonces, demasiado célebre ahora, estaban interesados en el problema del yodo.

Empiezo entonces una serie de operaciones regulares con resultados invariables que llegan a demostrar que el yodo puede derivar de la bencina.

En éstas, y tras una conversación con el químico, se fija un día para una entrevista seguida de experimentos decisivos.

La mañana que debe decidir este asunto, cojo un carruaje y llevo las retortas y los reactivos a la cita, en casa del negociante, en el barrio de Marais. El buen hombre estaba allí; pero, habiéndose dado cuenta el químico de que era un día de fiesta, había presentado sus disculpas, posponiendo la sesión para el día siguiente.

Era el día de Pentecostés, cosa que yo ignoraba. El despacho mugriento, que daba a una calle oscura y llena de barro, me encogió el corazón. Se me despertaron los recuerdos de la infancia: el día de Pentecostés, la fiesta de los éxtasis, cuando la iglesia adornada con verdor, de tulipanes, de lilas, de lirios de los valles, se abre para las primeras comuniones; las niñas vestidas como ángeles blancos… los órganos… las campanas…

Un sentimiento de vergüenza dominó mi espíritu y regresé a mi habitación muy conmovido, completamente decidido a romper con toda tentación de traficar con la ciencia. Me puse a vaciar el cuarto de aparatos y reactivos embarazosos, limpié, quité el polvo, barrí; mandé a buscar flores, sobre todo narcisos. Después de haber tomado un baño y cambiarme de camisa, me parecía haber quedado purificado de cualquier mancilla. Luego salí a pasear por el cementerio de Montparnasse, donde una serenidad de alma me llevó a pensamientos dulces y a una compunción inusitada.

O crux ave spes unica: de este modo las tumbas predijeron mi destino. ¡Nunca más habría amor! ¡Nunca más dinero! ¡Nunca más honor! El camino de la cruz, el único que conduce a la Sabiduría.

 

 

Tomado de Inferno, Valdemar, 2001.

© Mauro Armiño, de la traducción.