Giovanni Collazos. El tísico bolchevique

(Lima, 1977)

(Lima, 1977)

 

Espolón

Soy el agujero de la carne que no encuentra su hueso, esa roseta que va presenciando la infancia, rodeado de astutos gusanos que se alimentan del corazón vaporoso. Uno que se detesta salvaje con ojos cielorraso, comiendo claveles para el aliento paseante con sus peces muertos. ¿De qué puedo quejarme? ¿Quién desmenuza mi dengue y desaparece en el mar? ¿Cuánto de Lima llovizna por mi rostro? Soy afortunado por la tristeza heredada, por la calvicie en manos de mujeres a las que no renunció ni denunció por todas las bombas de los hospitales donde habitaba mi cráneo. Es la naturaleza de las prisiones, es el error de la música con su dorso que eriza la angustia de estos tambores, la música sin pies, la música demolición, con su medida profunda para encender los senos que provocan los mares. Soy el que entrega el misterio para su combustión. Las hogueras peregrinas fabulan para canonizarme, pero yo sólo quiero morir con el paisaje.

 

 

 

El matadero

Sus noches son caletas de cieno, con aceitosas aguas que ensanchan las sombras de los hombres comunes y sus raudales cantos de solistas exprimidos. Madrid y sus habitantes topos. Madrid y su agosto de engranaje que sangra hurones, con su gesto hondo suplicante oliendo a pimiento en la despensa de una letrina. Y yo que no me voy de este párpado, no me dejan, me atrapan las lámparas amontonadas sobre la sangre del ojo y su granero de gata que hacina mi pluma; al momento de la partida, la ciudad se remueve y estalla el viento que escribe mi profecía. Madrid y su crespón devoto, su mujer frutal, su lecho de selva anochecida con sus labios melocotoneros; el olor de sus piernas me lleva a la incertidumbre, al calor invernadero, me lleva al borde de la cornisa ausencia, al abismo donde quiero lanzarme. Madrid, en agosto, siempre es una ciudad desierto, llena de soledad y calles carnívoras que vegetan o tal vez sea yo quien ha expulsado a los que me habitan, para dejar de ser estancia, lugar y miedo.

 

 

 

Acróbata

Porque el amor es una canción que se evapora

un fuego pueril a las cinco de la mañana

con su viento macilento en el azul de unos pezones

como garúa incurable sobre el enfermo

un clavel desplomándose

en el reguero abrazo de carne virulenta

ausente de belleza que desmenuza el latón de este pecho

¿quién se ha trenzado en él?

¿quién sigue su instinto y se alegra por terminar en su sombra?

se sabe de la muerte antes de ser cadáver

su afasia flamea por la saliva

con su boca labrada acaba minúscula en la noche

te arrastra en caderas como raíces estrujantes

en el vacío codicioso en el vacío del ceño

de la sonrisa ronca que desala la lengua

ese no sé qué quimérico y ruinoso

sólo es un muñón de madera

equilibrista

que arde y te destruye.

 

 

 

Circular

Quise separar el sueño del no ser

evitar el tropiezo con el mismo acto

pero he confiado mi abrazo

para sentirme sostenido por un perfume de mar

donde despertaba con rojas tormentas

ahora se amontonan los actos contradictorios

los senos que sacudían los edificios se arropan al miedo

los muslos caminos hacia la puerta se alejan de las preguntas

la significancia dejó de pertenecer a mi cuerpo

mi centro precario se desmorona en el ángulo impreciso de tu tobillo

y me repito y me repito

caigo lento como bestia que echa raíces en el aire

en la intermitencia de un fósforo encendido

en la certeza de los buques insomnes que me atacan

bajo el calcinante golpe de tu lumbre.

 

 

 

Palisandro

Tengo tal necesidad de su carne que mi lucidez se ha petrificado

en los poros bolcheviques de sus labios

adquirí la facultad embriagadora opulenta de senos

de frutas ausentes de bosques

convalezco en el lenguaje

y mi gesto convulso sufre de carbón y de mujer

como llamarada de un destino habitante

ahuyente en la tormenta de mi diván soñoliento

como niño palpando la neblina padezco

la sed de un barco

la ingrata ceniza del gusano henchido de tumba y tiempo

vestido de azote y hojarasca

con la tristeza elástica de los catres

como potro con holgura desvarío trompetas

de la boca desierto de su jazz insania de abandono

de la concertina distancia que reduce los huesos

en este viento lento viento tiempo viento muslos que se anidan

en la piedra de mi boca

y me hallo mutilado en toda la sonrisa

¿por qué la vida crucifica continentes entierra horizontes mata carcajadas?

¿por qué se traga pájaros y desvela el sonido del ciprés?

vaciar el dolor como vaciar la música de los ríos como

vaciar la rompiente de la ola como vaciar

un volcán con todas

sus pedrerías.

 

[ INÉDITOS ]

© Giovanni Collazos, de los poemas.

Anuncio publicitario

Salmos de invierno. Mario Montalbetti

(Lima, 1953)

(Lima, 1953)

 

a

treinta tardes solo revelando secuencias de dolor

que a nadie atraen

 

puedo oler tu retracción cada vez que avanzo

en verdad huyo

 

la sombra de tus perros son huecos en la tierra

 

busco las cadencias inauditas de tu bulla

y sonrío

 

no solo lo he perdido todo

también sé dónde se ha ido

 

 

b

sea esta tarde naturaleza de la que no puedo escapar

lluvias viento nimbos

 

he vivido en una casa vacía por demasiado espacio

en un solo instante

 

a falta de caracolas marinas me acerco piedras al oído

y escucho las extrañas meditaciones de los fósiles

 

escucho y no me dicen nada

 

algún día veré tu rostro y sabré lo que ocultas

 

¿acaso mi colección de padres

que hicieron lo imposible por hacerme sentir

 

cosas en las que no pienso?

 

todo esto no debiera sorprenderme

 

especialmente ahora que el tiempo ha cambiado

y una brisa helada me destiempla los dientes

 

 

c

siento en la piel las emanaciones de tu severidad

 

me olvido

es un hábito

 

tus gestos vacíos

son familiares como el primer rostro

¿por qué los asocio entonces con un viento de fuego

 

que arrasa con los frutos del árbol?

 

entre todos estos desiertos hay un desierto eterno

que solo desertando

puede mi corazón desertar

 

 

d

si quieres ganar el cielo primero debes saber perderlo

 

recoge por ejemplo un clavo

e imagina el agujero del que provino

 

¿qué dijo brodsky? que reconocemos a nuestros hermanos

no por sus rostros

 

sino por sus espaldas

en las colas que forman en los confesionarios

 

la vida pasa como pasa la corriente

cuando agarras un cable pelado

 

arroja el clavo

guarda el agujero

 

arroja el agujero al suelo

 

 

e

ezequiel es un buen nombre pero debió ser desierto

y no profeta

 

buscando visiones como turista tras un souvenir

 

ya que tenemos ojos

suponemos que hay algo que ver

 

pero no hay nada que ver

 

o lo que tenemos que ver

no se ve con los ojos

 

por eso si lo ves mátalo

si me ves mátalo

 

si te ves en el espejo

y te reconoces

 

anda por una cuerda y verás por fin

que lo que querías ver no tiene forma

 

ni color ni número

 

 

f

las palabras que son como pozos que contienen su propia ausencia

¿dónde están?

 

entre letras          en los espacios ciegos          en la fruta picada

pero también

en el ojo de la orca          en la boca de la hostia          en la carne acecinada

 

la esperanza se parece tanto a la desesperación

 

déjame oír el mar sin terror

 

sean nuestras conversaciones

salsas que se reducen hasta el silencio

 

 

g

sentado entre montañas como una navaja

afilada por un solo lado

acaricio el rostro del trueno hago añicos las cataratas

 

10 000 lunas duermen sobre 10 000 cráneos

buscando la saturación azul en el cielo

 

cada paso cruza el río

pero solo la suma de todos los pasos

es la otra orilla

 

las mareas del regocijo y la pena

no tienen dominio sobre esta carnicería

 

ofréceme una sombra que dure

 

también la oscuridad

viaja a la velocidad de la luz

 

 

h

¿qué resta sino girar en las tardes

la rueda de los rezos a las puertas

de la muerte? ¿o la observación

del sol? pero uno sigue hablando

cada vez más solo diciendo menos

por decir algo a las puertas de la muerte

 

ahora que todos lo saben ahora todos

saben a lo mismo

 

por eso morimos siempre cuando morir

ya no es necesario

 

a las puertas de la muerte

 

 

z

el desierto es mi pastor todo me falta

 

 

 

© Mario Montalbetti

Tomado de Lejos de mí decirles. Poesía reunida, Aldus, 2013

Elma Murrugarra. Pequeña antología

(Lima, 1974)

(Lima, 1974)

 

 

8:19 p.m. El patito feo

 

ánade raro y solitario

de tiempo sin horas

 

a café y cigarros

al canto de algún lago

 

formado por la lluvia

formado por el llanto

 

creando como un dios

 

 

9:34 p.m. El gato con botas

 

Enumeró tus caricias de madrugada

Y le enseñaste a silbar en la penumbra

 

Quiso cambiar tus botas por un corcel

Y cortaste sus garras con tus dientes

 

Se parecían tanto que evitaron lastimarse

 

de: Cuentos de Domingo (editorial pilpinta, Lima, 2009)

 

 

estaciones

 

La travesía se torna larga

y jugamos a decir nombres

de santos con la inicial E

 

Eduardo

Elena

Enrique

 

un niño derrama la sopa

un viejo resuelve su crucigrama

 

Eulalia

elefante

Esther

 

el niño dibuja garabatos

la ambulancia recoge al viejo

 

Edmundo

Eufemia

Hermelinda

 

 

concluye el juego

continúa el viaje

de: Juegos (Magdala Editora, Lima, 2002)

 

 

 

euclides

 

el trípode aún sostiene el oráculo fotográfico

y tu cuerpo tendido no entiende de muerte

profeta al fin

disputas con la tentación

de perderte en el laberinto de los tiempos

en los remolinos de tu lucidez

dédalo como un ángel

intenta liberarte del sacrificio del cordero

que limpia los pecados de este mundo

y no se apiada de ti

heracles te arrastra hasta barrios altos

y te sientes parte y todo de una memoria

que no te pertenece

solo

huérfano de calor tus venas te abrazan frías

 

 

hipólito

 

su celebridad será mentada

con el ocaso

en las playas de barranco

del fango

renacerá con orgullo

y a partir de una pluma

su victoria será bendita

su lengua de camaleón

vengará las tristes

omisiones

hermes besará su piel

de reina sin afeites

y su odio

podrá más que los laureles

de su pecho de hombre

 

 

atanasia

 

soy la tormenta hija de hera y zeus

quienes a semejanza de su padre cronos

a veces me tragaban viva

cansada de eso

cierta noche

hurté una piedra a deucalión

y solicité el permiso de las moiras

entonces corté el hilo

lancé la piedra

y me creé

ya después del séptimo ayuno tomé sol

encuerada al costado de asclepio

afuera

a las puertas del nosocomio

hasta que un miércoles

ascendí a los cerros del agustino

y hoy estoy sentada a la siniestra de apolo

y desde allí me mofo de sanos y enfermos

 

 

elpidio

 

eco cómplice de la oscuridad

no conspira

ella espera como una silla

el que está por nacer

escucha sus gritos

pan corre el riesgo

de ser devorado

por los infantes del rímac

la ninfa

ya no pelea con su marido

las agujas señalan

nuevos caminos

y el feto bizarro patea la vida

 

 

estrabón

 

hasta los dos años lo creyeron tarado

pues tenía los ojos como frijoles

y una oreja malograda

su madre seca de sales

cada mañana santificó su nombre

sin dejar de reclamarle a atenea

por el fruto de su vientre

y la sabiduría fastidiada

decidió un día hacer su voluntad

y bajó al callao

transformó a la quejosa en ave

y arrojó al desgraciado al mar

de donde fue expulsado por nereo

quien le aseguró compadecido

que sólo el centauro quirón

podría enseñarle a curar el mal

que la ignorancia otorgó a su fealdad

 

 

 

 

artemisa

 

el corazón de la diosa ha sido cazado

sangre y mujer ahora

qué terrible conjuro la doblega

quién es aquel que lo invoca

dócil y cautiva

ha olvidado la aljaba en el lecho

y ha abandonado

sin pensar en la gravedad de tal acto

su divinidad en la alcoba

unida a quien la idolatra

no concibe la tristeza

lima es el cielo que la luna bendice

sin embargo con el estío

agotado el cáliz de la eterna alianza

mortal como el amor es su desengaño

 

de: al sur en caral (Editorial Literal, México, 2006)

 

 

Acto I

 

Absurda el agua que el lavabo pasa breve

Los cronómetros no miden las estrellas

Asumen su destino las letras silentes

 

 

 

18

 

Te miro

y no nos extrañamos

 

Te quiero

y no nos miramos

 

Te dejo

y no nos queremos

 

Te extraño

y no nos dejamos

 

 de: La función de las parcas (Lima, 2004)

Miguel Ildefonso. Pequeñas historias

(Lima, 1970)

(Lima, 1970)

 

 

LX

 

Ella duerme a mi lado

de espaldas a la ventana.

Es de día en los objetos

que habitan este desnudo mundo.

Velas usadas, piedras marinas,

botellas de plástico.

Si hubiera épica en este tiempo,

habría una espada de hierro

y un caballo afuera esperándonos.

Pero ya no somos amantes.

Su sueño se va

a otros libros más suaves.

 

 

 

LXI

 

Creer en la tierra, no en los ojos.

Creer en el sol, no en la sombra.

Creer en la obra, no en el autor.

Y ebrio iba los lunes a casa,

oliendo a conversaciones muertas,

los fuegos artificiales

de una fiesta patronal.

Volvía a una casa que ya no era mi casa.

Dejaba mis tres llaves en el cadáver de mi pantalón.

Me tiraba en una cama pequeña y dura.

Una polilla al lado de la lámpara,

la mataba,

la miraba.

Su color beige, sus patas peludas

dobladas por la muerte.

Y sus alas brillantes también enjutas.

Y dos ojos negros grandes

con antenas que no habrían percibido a tiempo,

en su torpe vuelo,

las garras de mi ebriedad.

Creer en la palabra no en el amor.

Creer en la muerte no en la vida.

Creer en el idiota no en dios.

Y dudar dudar dudar…

de lo que alguien que no conoces

dice sobre el creer

o en todo caso

si solo tienes una milenaria fe,

ruega por nosotros los pecadores.

 

 

 

LXIII

 

Escribo en una celda. No sé dónde estoy. Dónde queda esta prisión. Ni hace cuánto que estoy aquí. La luz entra por las rejas de una pequeña ventana. Y junto a la cristalina luz el grito del mar, el grito de una ciudad, el grito de los condenados a la libertad. Duermo cuando no escribo. A veces escupo sangre. Pero eso lo utilizo también para escribir. A veces se asoma por la ventana un ángel. Rostro de alguna muchacha que amé hacía años cuando vagaba atravesando puentes y rieles de trenes. No sé si vaya a salir de aquí. Escribo para no pensar en que llegará ese momento. Mi voz es más fuerte dentro del silencio de mis pulmones atados en la garganta. He visto nacer y fugar de aquí a arañas, polillas, zancudos, cucarachas, moscas. He visto convertirse en estalactita mi amargo sudor. Escribo inclusive cuando es de noche y solo la luz de una solitaria estrella titila arriba de la ventana. Es un poco triste todo esto, pero es mejor que nada.

 

 

 

LXVIII

 

Déjalo. Es un pájaro que cruza el río, su ciudad, su laúd de cristal forrado, su ojo fotográfico, sus nebulosas estancias. Déjalo. Y piensa que tuvo pies, y que ya no vibra su chaqueta bajo el turbión de las alas de un generoso cielo, proscrito de luz. Quiso más color para las aves, para esas aves que enlutan la ciudad. Su delgadez se confunde con los alambres de los techos. En el atrevido sol de frente, como corriente bajo las garras, puentes que detuvo su dolor, supo que amaba los colores más que a la realidad. Entonces déjalo picando las bancas, las hojas húmedas en el mármol de abedules y geranios, de las casas roídas, estampadas en cuadros y huertos. Pudiera ser que no midiera sus pasos, su vuelo duraba días, azul o violeta, borroso su paradero final. Ruega por él. Ruega por los que van muriendo con las bombas. Ruega por los que no ruegan. Ruega por el hijo de dios que nunca vio a su padre. Y métete al cine. Cierra los ojos. Trata de que no salgan las lágrimas.

 

 

 

LXXV

 

Tirado en el cemento,

una calle sucia,

silbando en la neblina

del invierno claro

y lleno de sinestesias,

allí ve a dios

que también gusta de la música.

Dios le dice para ir

a beber en la cantina

de donde lo habían botado.

La razón de que ahora

estuviera en el suelo.

Él se echa a andar con el Creador.

Entran a la cantina.

Él piensa que con dios igual

lo volverían a echar,

pero no.

Se vio distinto.

Tenía alas como un ángel.

Dios es astuto (pensó).

Pidieron dos vasitos de Whisky.

Dios sacó un papelito con coca,

le invitó al hombre.

Al rato eran muy amigos,

realmente estaban felices.

Dios sabe hacer las cosas (pensó).

Y qué distinto fue todo

desde entonces.

 

 

 

CIV

 

En tus manos encomiendo este poema

con la luz que regenta la oscuridad del mundo,

los vastos dolores que ciñen los remansos,

fragor y descanso teñidos de rojo carmesí.

Y las tardes moradas que revientan sobre pétalos del miedo,

cansados perros tendidos en la sombra de humildes casas.

Y los traslados de la siembra en espera de la tormenta,

eclipse y desazón,

niños escribiendo en la arena la lección del día.

Trueca del camino que se erige a la luz de otro horizonte.

Te dije que encomiendo este poema

al digestivo cielo que retrata lo prohibido,

ilimitado lamento que se entibia en las cocinas

de aquellas humildes moradas.

¿Será entonces tu espíritu mi cuerpo ausente en este reino

de sombra, de humo, de nada?

 

 

 

CLXI

 

Somos planetas que perduran en una canción de la radio. Las estalactitas cantan su ópera subterránea. Somos desperdicios cósmicos provenientes de glaciares, de elementos radioactivos. El amor es el movimiento de esos elementos que crean y destruyen. Sueños en nuestras pupilas y bandas de aves que migran a nuestros cuerpos vegetales, minerales sólidos, líquidos, gaseosos. Somos fulgor de azar y agujeros negros. Un tema de Pink Floyd en la radio. Una cena romántica en una estrella mediana. Un satélite comerciando con la nada. Estancia en magros hoteles de supernovas. Y otra vez la destrucción.

 

 

 

CLXIX

 

Las palabras pesan más que la sangre.

Todos venimos a dejar una piedra

en la sombra de algo,

raíz y materia apagada.

Los labios de las prostitutas del muelle

dejan besos en las paredes.

Los despojos de Baudelaire.

Aquí pesca Juan Carlos Onetti

su breve madera de viejo cautivo,

la cálida cama de una mosca.

Porque muerto camina el sobreviviente

de la guerra.

El apátrida entra a un restaurant,

pide algo del menú;

luego se va y ve sumirse en los versos

de su propio poema.

Todos vivimos entre gente que sube y baja

de los buses.

Todos llegarán a sus casas a tiempo

para encender el televisor.

Solo la luz de este silencioso valle

fecunda las calles del exilio.

La escritura rueda en la carretera.

Lleno de viento seco tocas

la paca y se cierra.

Y dios también cierra los ojos a estas horas.

 

 

 

CLXX

 

La poesía es otro mundo. Es posible allí dejar de escribir. Tan solo una palabra bastaría

para salirse de ese otro mundo. Es por eso que salgo todas las mañanas, camino a mi bar favorito, pido una botella de cerveza, leo el periódico y espero que un ángel me conduzca a la morada de su dios. Bastaría la voluntad para cambiar de hábito. Pero la poesía es otro mundo donde solo se mueve una mano para mover ciudades enteras, guerras, parques, equipos de fútbol. Todos vivimos un mundo diferente. Todos somos un mundo diferente. (Este es el mensaje subyacente.) Ahora tomémonos de las manos. Seamos niños. Seamos animales.

 

 

© Miguel Ildefonso, de los poemas.

© Dalia Espino, de la fotografía.

Óscar Málaga. Elogios

El poeta en una calle de Auckland

 

 

Elogio del desastre

 

El hombre desnudo impone su propia altura,

el aliento feroz de su erótico vacío,

la convergencia de sus miradas al pie del muro.

En la espesura de la noche se ha perdido el rastro de la música,

el alborozo de una piel socavada por la ternura.

Y la poesía se ha vuelto ejercicio de corsarios.

Mutilada palabra por la usura de los mercaderes.

Ladridos formando una pechuga de faisán.

En la ciudad calcinada resplandece como una luna de latón.

No hay turba ni voz solitaria que salga indemne de este desastre.

Todos hemos muerto.

Y el cielo se ha desplomado,

mientras una multitud sin sospechas brotaba de las oficinas.

 

 

 

Elogio del amor

 

Darling, you are wonderful tonight

Eric Clapton

 

Nadie puede escapar, nos sujeta un sueño.

Los hombres somos tristes, siempre estamos llenos de propósitos.

De eso se trata, susurrar tu nombre hasta que el mundo esté helado.

No es bueno dormir con el televisor encendido.

Es inquietante pero los cuerpos siempre sonríen.

Me voy a quedar mucho tiempo contigo.

Como una enfermedad que no conoce la muerte.

Quemo la sombra de todas mis palabras sobre la lejanía de tu mejilla.

Antes de enmudecer te escribo este poema.

Que se vaya tu amor, tu locura, tu luz, tu espalda plateada.

Que todas esas verdades se escondan ciegas y desnudas

bajo estas palabras que no tienen estribor ni babor.

Que sean las orillas húmedas y silenciosas

adonde retorne cada noche a esperar mi nacimiento.

No intentes liberarte.

No se sopla un sueño como una hoja el viento del otoño.

Llegué a ti cruzando un bosque.

Imaginé un claro, una fuente, una cabaña, un jardín.

Lo permitido a las aves no lo está a los hombres.

Tus ojos siguieron tristes. Tu extraña mueca helada.

Pero sucede que los campos de fresas están en flor.

Aúllo buscando mi propio rebaño.

Me gustaría poner un poco de orden en mi poesía.

Chica, estuviste maravillosa esta noche.

 

Dos

La poesía es una música vagamente luminosa.

¿Acaso debes estar a mi lado para escucharte crecer?

Como todas las aves hermosas tu vuelo era triste.

En el azul del cielo te veo desaparecer y siento cierto regocijo.

Es penoso no tener talento para reconocer con calma la hora de la partida.

Esa será una enfermedad que me perseguirá toda la vida.

Como tus ojos rotos bajo la sombra de la luna.

Pienso con frecuencia en el porvenir cuando apago el televisor;

incluso cuando pienso en ti. Pero el sueño me vence.

Todo goza de tal desorden que a veces perderme me calma.

Eras una puerta abierta. Son hermosas las puertas abiertas.

Los pájaros vuelan más altos que nosotros.

El sol los quema con violencia. Tú tienes su olor.

Sus alas quemadas. Su mirada sorprendida.

Te escribo desde un mundo helado.

Construyo un horno con lo que tengo a la mano.

Imagino que soy un ladrón dueño de cierta cortesía.

Toda mi riqueza la he dejado en tu corazón.

La frase no es feliz pero esta vez es un asunto de honor no de poesía.

Siempre te esperé para verte partir con tu mano tibia cubriendo tus ojos.

¿Quién no aspira a dormir tranquilo después de un breve minuto de paz?

Pero siempre vivo organizando mudanzas.

Y en esos ajetreos he perdido mis pertenencias.

Ahora mismo escribo este poema por lo que no escucho el ruido de tu risa.

Déjame ver el cielo azul del otoño. El amor nos adormece.

Déjame tatuar mi nombre en la bruma. Que mi corazón vuelva a ser

un viento en el desierto que no se deja atrapar.

Nunca podré vivir de otro modo. No sabría explicar por qué.

Ese es el misterio que me hace tratar de entender el vuelo de los pájaros.

Abrazar a quien en mitad de la noche instala su nido entre mis ramas.

Podría buscar a mis vecinos y hablar con ellos hasta la madrugada.

Pero soy un mal conversador. Mis palabras están muertas.

Prefiero cruzar la noche olvidándome de todos los fantasmas.

Esperar que alguien logre arrancarme todas las rosas en flor que llevo ocultas para ofrecerle.

Arder sin que se queje de que en mi casa el fuego hiela los huesos.

Siempre pienso en ti pero mis ojos siguen atentos al voltigeo de los pájaros.

No puedo evitarlo. De nada sirve apresurar el paso.

Soy un gato salvaje con los ojos encendidos.

 

Tres

No te busqué para comprender mejor este planeta frío.

Llegaste a la mitad de la noche cuando la biblioteca

ya no era suficiente para calentar la madrugada.

El amor es un forastero que construye

su cabaña al borde de un precipicio.

Un hombre que duerme solo no es una región fría.

Estoy preocupado pero no estoy muerto. Llega otra vez el otoño.

Sucede que me gustaría dormir mil años.

Al despertar solo serás un ave desapareciendo detrás de la colina.

Una mujer de ojos solitarios se ha acercado a leer este poema.

Le digo que no puedo escapar y ella me ofrece todo lo que posee.

Tengo la impresión que alguien a lo lejos me mira.

He querido poner las cosas en claro pero no sé ni puedo hacerlo.

En el azul de sus ojos no he leído nada extraordinario pero he sonreído.

Y alegremente me he bañado en su sangre. Alegremente

me he descubierto aferrado a tus manos.

En esta época los campos están en flor, las aves vienen del norte

y yo salgo a pasearme por las calles anaranjadas.

Mi chompa negra es todo mi esplendor.

Durante mucho tiempo serás una montaña petrificada en mi corazón.

De nada sirve mirar fijamente el horizonte: es una forma de muerte.

No hay nada que comprender.

Nunca encontraremos la calma. Este es el único otoño.

El de tus cabellos sobre mi rostro para que yo no tenga frío.

Después de la lluvia las calles se llenan de colores

y las flores crecen a pesar de la nieve húmeda.

Te veo desaparecer y te hago un gesto de adiós sabiendo que es tan inútil

como todos los sueños que inventé por ti al encontrarte.

Solo nos queda este planeta frío.

Nuestra sombra amarrada a la eternidad. La hierba

que se balancea con el silbar del viento.

 

 

© Óscar Málaga, de los poemas.

De El libro del atolondrado, hipocampo editores, 2004.