Hablemos de hermetismo*. Eugenio Montale

(Génova, 1896 – Milán, 1981)

(Génova, 1896 – Milán, 1981)

 

No he buscado nunca a propósito la oscuridad y por ello no me siento muy calificado para hablarles de un supuesto hermetismo italiano, si es que existe aquí, y yo lo dudo mucho, un grupo de escritores que tenga una sistemática no comunicación como objetivo. Sin embargo, trataré de responder en pocas palabras a los problemas planteados por sus preguntas. Prescindamos, si se quiere, de la oscuridad, no obstante notable, de algunos críticos; se trata, en la mejor hipótesis, de poetas in nuce, de colaboradores y partícipes de una poesía que nace y nacería quizás también sin esta colaboración. Y dejemos también aparte las simpatías neosurrealistas que afloran aquí y allá en los escritos de los jóvenes: fruto del mimetismo o de afinidades electivas que no han dado hasta ahora nada notable. Si algo consiguen, se habrá equivocado evidentemente quien trate de entender y confunda productos «mediánicos»[1] con obras de arte en el sentido ordinario de la palabra. Limitémonos a poesías que no se entienden y sin embargo piden de modo evidente ser entendidas, es decir, ser juzgadas como obras de arte, como obras de efectiva comunicación. Y en espera de que mañana se comprendan, tratemos de entender hoy, sin polémicas el porqué del fenómeno. Este está en relación directa con ese proceso de liberación, de alcanzada autonomía del hecho artístico que los tratadistas de la estética conocen bien y que incluso recientemente ha proporcionado la materia para un libro muy documentado de Anceschi [2].

 

La poesía, para limitarnos a ella, ha investigado en sí misma las leyes de su propia pureza, ha llegado a veces a sacar inspiración directa de esta autoconciencia alcanzada. Sigamos didáctimante solo un hilo para orientarnos (pero los hilos son muchísimos). Es bien conocida la opinión —que Poe tomó de Coleridge— según la cual es admisible y legítimo solo el poema breve, no pudiéndose admitir placeres o emociones de larga duración. Un poema largo sería para tal teoría una colección de poemas breves, de una unidad más bien ficticia, extrínseca. A lo cual fue objetado (en época más reciente) que la unidad ético-psicológica de un poema largo puede resolverse en un tono general que unifique, de modo efectivo, los miembros sueltos del poema. La respuesta no es indiscutible (se intuyen que podrían responder un Poe, un Croce, un Valéry y hasta… un Leopardi), pero hagámosla a un lado por ahora.

 

Es un hecho que la teoría se ha abierto camino. No precisamente la teoría en sí, por supuesto, sino las obras por las cuales y de las cuales ella ha surgido, apoyadas por el progresivo sensibilizarse de las demás artes. Y el poema breve, el poema autónomo, enriquecido precisamente por los préstamos de las demás artes, también ellas en crisis de autonomía, ha prevalecido. Ahora bien, es claro que el poema breve tenía que ganar en intensidad lo que perdía por extensión. Del poema breve al poema intenso, concentrado, el paso es corto; aún más corto el paso del poema intenso al poema oscuro. Y ya hemos llegado a un porqué suficiente: uno de los muchísimos, obsérvese. El supuesto poeta oscuro es, en la hipótesis más favorable para él, aquel que trabaja el propio poema como un objeto, acumulando en él espontáneamente sentidos y suprasentidos, conciliando dentro de él los inconciliables, hasta hacer de él el más firme, el más irrepetible, el más definido correlativo de la propia experiencia interior. Obsérvese que el poeta nuevo, autónomo por lo que respecta a la severidad por la cual elimina de su propia creación todo elemento que mire a un fin extraestético, no es luego de ningún modo autónomo en la definición de su propio arte y acepta vistosos préstamos de las demás artes, las cuales los aceptan asimismo del arte suya, la poesía.

 

Lo que complica todavía más la naturaleza de nuestro producto poético-pictórico-musical y aumenta las posibles causas de oscuridad en varios sentidos. Pero una queda, aun en sus infinitas variantes, la tendencia, que es hacia el objeto, hacia el arte investido, encarnado en el medio expresivo, hacia la pasión convertida en cosa. Y téngase en cuenta que aquí no se entiende por cosa la metáfora exterior, la descripción, sino solo la resistencia de la palabra en su nexo sintáctico, el sentido objetivo, concluso y en absoluto parnasiano de una forma sui generis, juzgable caso por caso. ¿Poesía antitradicional? Al contrario, de la única tradición por la cual Italia, desde hace siglos, cuenta en el mundo. ¿Poesía distante del concepto de fantasía tal como fue elaborado desde Vico hasta De Sanctis? No ciertamente sin consecuencia y relación, si precisamente la filosofía idealista, hoy disuelta en una nueva y profunda empiria, es una de las causas que han llevado al actual «sensibilizarse» de las artes. Pero es justo aquí donde se toca el punto más difícil. La poesía lírica, como género, es una abstracción que puede llegar a ser concreta solo en determinados casos. La poesía, que ha entrado hace poco en el número de las Bellas Artes, tiende y tenderá siempre a salir de él (lo que equivale a admitir que tiende y tenderá siempre a volver a entrar: oscilación pendular). Lo objetivo pide una justificación a lo subjetivo que sobretiende al alma; la impureza, echada por la puerta, vuelve a entrar por la ventana. ¡Por fortuna! Se abre aquí un vasto espacio para la investigación de los historicistas de mañana que tendrán que extraer nuestras almas de nuestras obras y hallar el hilo de continuidad que une el pasado con el futuro; para gran confusión de los puros estetas que no logran reconducir el Verbo a una ley general, y gran alivio de quien defiende que no puede darse gran poesía sin grandes almas.

 

Notas

* Artículo aparecido en Primato, a. I. nº 7, Roma. 1 de junio de 1940. p. 78.

[1] De médiums o medios.

[2] Luciano Anceschi, 1911-1995, crítico literario y estudioso de estética. En 1957 fundó Il Verri, revista que apoyó la nueva vanguardia literaria italiana. Entre sus libros, sobre D’Ors: E. D’Ors e il nuovo classicismo europeo (1945) y sobre el barroco: Del barrocco e altre prove (1953).

 

© Herederos de Eugenio Montale.

© Francisca Perujo, de la traducción

Tomado de De la poesía, Pre-Textos, Valencia. 1995.

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Nueve poemas. Eugenio Montale

Eugenio Montale (Génova, 1896 – Milán, 1981)

.

Los limones

Escúchame, los poetas laureados

tan solo se mueven entre plantas

de nombre poco usados: bojes, alheñas o acantos.

Por mí, amo las calles que dan a los herbosos

fosos donde en charcos

medio secos agarran los muchachos

alguna anguila desmirriada;

las sendas que siguen los taludes

descienden entre los penachos

de las cañas y llegan a los huertos,

entre los limoneros.

 

Mejor si la algazara de los pájaros

englutida por el azul se apaga:

se escucha más claro el susurro

de las ramas amigas en el aire

que casi no se mueve,

y las sensaciones de este olor

que no sabe separarse de la tierra

y llueve en el pecho una dulzura inquieta.

De las desviadas pasiones

por milagro aquí calla la guerra,

aquí también nos toca

a nosotros los pobres

nuestra parte de riqueza

y es el olor de los limones.

 

Ve, en estos silencios en que las cosas

se abandonan y parecen próximas

a traicionar su último secreto,

a veces se espera descubrir

un error de la naturaleza,

el punto muerto del mundo, el anillo

que no resiste,

el hilo por desenredar

que nos ponga finalmente

en el medio de una verdad.

La mirada hurga en torno,

la mente indaga, acuerda, desune

en el perfume que inunda

al languidecer más el día.

Son los silencios donde se ve

en cada sombra humana que se aleja

alguna perturbada deidad.

 

Mas falta la ilusión y el tiempo nos devuelve

a las ciudades rumorosas donde el azul se muestra

solo a retazos, arriba, entre molduras.

La lluvia fatiga la tierra, después; sobre las casas

se adensa el tedio del invierno,

se hace avara la luz, avara el alma.

Cuando un día de un mortal mal cerrado

entre los árboles de un patio

el amarillo de los limones se nos muestra;

y el hielo del corazón se deshace,

entre el pecho nos borbotan sus canciones

las trompetas de oro

de la solaridad.

..

..

La tormenta

Les princes n’ont point d’yeux pour voir ces grand’s merveilles.

Leurs mains ne servent plus qu’à nous persécuter…

Agrippa D’Aubigné, À Dieu

 

La tormenta que chorrea sobre las hojas

duras de las magnolias los largos truenos

marzales y el granizo,

[los sonidos de cristal en tu nido

nocturno te sorprenden, del oro

que se ha apagado en los caobos, en el corte

de los libros encuadernados, arde aún

un grano de azúcar en el capullo

de tus párpados]

 

el relámpago que cristaliza

árboles y paredes y los sorprende en aquella

eternidad de instante –mármol maná

y destrucción– que dentro de ti esculpe

puertas para tu condena y que te liga

más que al amor a mí, extraña hermana–

y luego el desarraigo áspero, los sistros, el bramar

de los tamboriles en la fosa

el pisotear del fandango, y sobre

algún gesto que se devana…

Como cuando

te volviste y con la mano, desembarazaste

la frente de la nube de cabellos,

 

me saludaste– para entrar en lo oscuro

.

.

Sestear pálido y absorto

junto a una abrasada pared de huerto,

escuchar entre las zarzas y malezas

restallar de mirlos, rumorear de sierpes.

 

En las grietas del suelo o en el algarrobo

espiar las hileras de rojas hormigas

que ora se quiebran ora se entretejen

encima de minúsculas gavillas.

 

Observar entre las frondas el latido

lejano de escamas de mar

mientras se elevan trémulos estridores

de cigarras desde desnudos montes.

 

Y caminando bajo el sol deslumbrador

sentir con triste maravilla

cómo es toda la vida y su trajín

en este recorrer un muro

en cuya cima tiene filudos vidrios de botella.

.

.

Correspondencias

Ahora que en el fondo de un espejismo

de vapores oscila y se dispersa,

otra cosa anuncia, entre los árboles, la voz

del pico verde.

 

La mano que vuelve a la cama del bosque

y pespunta la trama

del corazón con las puntas de la paja,

es la que madura íncubos de oro

a imagen de las acequias

cuando el carro sonoro

de Bassareo traslada alocados gañidos

de moruecos sobre retazos quemados de las colinas.

 

¿Vuelves tú también, pastora sin rebaños,

y te sientas en mi piedra?

Te reconozco, pero no sé qué lees

fuera de los vuelos que varían al paso.

Pregunto en vano al llano donde una bruma

vacila entre relámpagos y se esfuma entre techos dispersos,

a la fiebre escondida de los trenes rápidos

en la humeante costa.

.

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Delta

La vida que se quiebra en los trasiegos

secretos, la he ligado a ti:

aquella que se debate en sí y parece

casi no conocerte, presencia sofocada.

 

Cuando en sus diques se atasca el tiempo,

tu suerte se aviene a la suya inmensa,

y afloras, memoria, más patente

de la oscura región donde bajabas

como ahora, ya escampado, se adensa

el verde en las ramas, en las paredes el almagre.

 

De ti todo lo ignoro salvo el mensaje

mudo que me sustenta en la calle:

si forma, existes, o mal presagio en el humo

de un sueño te alimenta

la ribera que se afiebra, turba, y contra

la marea restalla.

 

Nada tuyo en la vacilación de las horas

grises o desgarradas por un tufo de azufre,

salvo el silbido del remolcador

que arriba de las brumas al golfo.

.

.

Corno inglés

El viento que esta tarde toca atento

–recuerda de un fuerte sacudir de láminas–

los instrumentos de los espesos árboles

y barre el horizonte de cobre

donde estrías luminosas se expanden

como cometas en el cielo que retumba

[¡Nubes en viaje, claros

reinos de allá arriba! ¡Puertas mal cerradas

de altos Eldorados!]

y el mar que escama a escama,

lívido, muda colores,

lanza a tierra una tromba

de espumas enroscadas;

el viento que nace y muere

a la hora que lentamente se oscurece,

así te tocara esta tarde

desafinado instrumento,

corazón.

.

.

Felicidad alcanzada, por ti

se camina en el filo de una espada.

Para los ojos eres tenue resplandor vacilante,

para los pies, rígido hielo que se quiebra;

y así no te toque quien más te ama.

 

Si llegas a las almas invadidas

de tristeza y las aclaras, tu mañana

es dulce y turbadora como

los nidos de las molduras.

Pero nada paga el llanto del chiquillo

a quien se le escapa el globo entre las casas.

.

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El Arno en Rovezzano

Los grandes ríos son las imágenes del tiempo,

cruel e impersonal. Observados desde un puente

declaran su nulidad inexorable.

 

Solo el arco vacilante de un pantanoso

juncal, algún espejo

que reluce entre malezas y musgo

puede revelar que el agua se piensa

como nosotros a sí misma

antes de hacerse vórtice y rapiña.

Ha pasado tanto tiempo, nada ha transcurrido desde

cuando te cantaba al teléfono “tú

que te haces la dormida”, con triple risotada.

Tu casa era un relámpago vista desde el tren. Curvada

sobre el Arno como el árbol de Judas

que quería protegerla. Tal vez no existe aún o

no es sino una ruina. Toda llena,

me decías, de insectos, inhabitable.

Otra comodidad nos conviene ahora, otra incomodidad.

.

.

Para terminar

Recomiendo a mis herederos

[si los hubiese] en materia literaria,

lo que ya es imposible, que hagan

una hermosa fogata con todo lo que atañe

a mi vida, a mis actos, a lo no hecho.

Yo no soy un Leopardi; dejo poco a las llamas

y es demasiado ya vivir al porcentaje.

Viví al cinco por ciento; no aumentéis

la dosis. Demasiado a menudo, en cambio llueve

sobre mojado.

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Versión al castellano: Javier Sologuren