Thomas MacGreevy, poeta vertical

(Bartleby ediciones, 2013)

(Bartleby ediciones, 2013)

 

Irlanda, 1934. La casa editorial Heinemann publica Poems, ópera prima de un desconocido aunque prometedor poeta, cuyo mayor palmarés hasta aquel entonces se resumía en unos cuantos versos aparecidos en revistas y la firma del manifiesto «La poesía es vertical» (Poetry Is Vertical). No obstante su gran factura literaria y su renovador aliento, este primer y único libro de Thomas MacGreevy pasó casi desapercibido por el grueso de la crítica irlandesa, todavía embelesada por la hegemónica figura y la fuerza del mundo céltico de W.B. Yeats.

Desafortunadamente, pasarían más de 35 años hasta que fuera advertida gracias a la publicación de Collected Poems, en 1971, cuatro años después de su muerte. Esta edición, además de reunir los poemas de su único libro, incluía otros cinco que fueron escritos a lo largo de su vida. Fue entonces cuando su obra empezó a despertar paulatino interés hasta reconocer en su autor a uno de los primeros vates irlandeses en dominar el verso libre, a la mejor manera de T.S. Eliot.

Uno de los grandes aportes de MacGreevy a la poesía en lengua inglesa fue la ruptura de aquel ritmo característico de la versificación decimonónica, tan desgastado y repetido. El tipo de poesía predominante en ese momento era sinónimo de añejo, sonaba más bien a muletilla, cuando no a exasperante tartamudez. Ya en el manifiesto de 1932, MacGreevy junto a otros poetas y artistas (entre ellos Samuel Beckett, Hans Arp y Carl Einstein), lo expresan de la siguiente manera: «Nos oponemos a la renovación del ideal clásico, pues inevitablemente lleva a un conformismo reaccionario y decorativo, a un sentido ficticio de la armonía, a la esterilidad de la imaginación viviente». Se puede decir más fuerte, pero no más claro.

De ahí que Eliot y el imaginismo de Ezra Pound, así como en cierta medida, el credo surrealista hayan dejado fuerte huella en los poemas de Thomas MacGreevy, en los que percibimos un magistral uso del verso libre, en donde las rimas internas y el ritmo son de una naturalidad bastante inusual y rupturista para la época. Nunca sucumbió a los encantos sonoros del verso yámbico ni tampoco se dejó tentar por la rima fácil y previsible. Su receptivo carácter hacia lo moderno y hacia la experimentación contribuyeron a hacer de él un poeta que estaba varios pasos más adelante que sus contemporáneos.

Asimismo, las imágenes empleadas tampoco son meras estampas ornamentales, sirven más bien -como apunta Michael Smith en el prólogo- «para formular la experiencia», principal materia prima de su poesía. Incluso hoy reconocemos que esta nos resulta tan actual y cercana, pese a que fue escrita hace casi ocho décadas. Y ese es indudablemente uno de sus mayores logros: resistir el paso del tiempo.

 

La verde Erin

Como todo poeta irlandés que se precie de serlo, el apego hacia su tierra y su historia son inherentes e ineludibles, como también lo es el aspecto religioso. Thomas MacGreevy es más bien un nacionalista católico, cuya noción sobre la poesía escapa a los tópicos localistas: se sentía más cercano a la actual situación política nacional que a sus fábulas y a su mitología. Por ello, la distancia con la poética de Yeats y con la del círculo del Irish Literary Revival era muy grande, básicamente porque el modo de entender la literatura en ambos bandos resultaba opuesto. En resumen, se trataba del viejo y conocido conflicto entre tradición y modernidad.

Su hondo amor por Irlanda lo llevó a alinearse en contra del imperialismo inglés. Es importante señalar que MacGreevy luchó en el bando británico durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, —y según Susan Schreibman, gran especialista en la obra del irlandés— el inicio de su desilusión se hizo al parecer patente cuando Gran Bretaña ordenó la ejecución de Sir Roger Casement, distinguido miembro del Foreign Service y compatriota suyo, quien fue acusado de conspirar contra el Reino.

El rechazo a esta recurrente práctica la advertimos, sobre todo, en el poema «Los seis que ahorcaron» (The Six Who Were Hanged). En él se lamenta de la suerte de los irlandeses capturados tras un levantamiento independentista contra la corona inglesa. Si bien en ningún momento leemos una condena directa o un ensalzamiento hacia una Irlanda libre, sí percibimos su desaliento ante esta trágica situación. De hecho, antes que buscar culpables se decanta por esgrimir una plegaria religiosa en su auxilio, aún cuando en el fondo sepa que su petición no se verá nunca favorecida con el consuelo divino: «¡Estrella del Alba, ruega por nosotros! // ¿Y durante estos setecientos años / qué le ha importado Irlanda / a la Estrella del Alba?».

Otro poema de cariz político, además de «Anglo-irlandés» (Anglo-Irish), es sin duda «El crepúsculo de los dioses», cuyo título originalmente está en gaélico: ‘Crón Tráth na nDéithe, el cual reproduce el sentimiento y sus sensaciones sobre la guerra civil irlandesa. La época en la que vivió MacGreevy fue una de las más convulsas de Occidente, pues además de las dos Grandes Guerras y de la lucha de su país por liberarse de Inglaterra (1919-1921), presenció la consecuente guerra civil que esta trajo (1922-1923). Así, en uno de los versos más reveladores del poema, se pregunta: «¿Pero cómo no habremos de creer / en ese brillo sobrerreal / de la absolución política? / Pues la realidad no es sino la mano de la opresión / levantada».

Es interesante observar también la severa crítica que esgrime sobre la doble moral de sus connacionales, seducidos más por las impostadas formas británicas en desprecio de lo irlandés y de todo aquello que tenga que ver con su identidad. De hecho, hay mucha ironía y cierto rechazo matizado en el retrato que realiza sobre una pretenciosa dama de la alta burguesía dublinesa: «Vanessa no sabe gaélico. / La educaron en la creencia de que es vulgar / como la fe católica. / Pero le gusta que su amiga judía, / una simpatizante del Sinn Féin, / cante Úna Bhán y La Procession de una noche». El entorno social de esta mujer, como notamos en este poema titulado «La otra Dublín» (The Other Dublin), tampoco sale airoso ni se hace merecedora de los elogios de MacGreevy.

Si retomamos la temática religiosa en su obra, confirmaremos que esta no se suscribe únicamente a la sensación de abandono y de desentendimiento divinos, como ocurre también en «De civitate hominum» o en «Cisne agrio» (Sour Swan). Sus poesía está plagada de alusiones y citas bíblicas, evidenciando el gran conocimiento y devoción que tiene sobre la tradición cristiana. Empero, su culta personalidad no se restringe solo a temas religiosos, pues son también numerosas las referencias hacia pintores, músicos y escritores. Inclusive, muchos de ellos aluden y recrean situaciones históricas, como «Diez mil espadas al aire» (Ten Thousand Leaping Swords), inspirado en una de las obras de Jenofonte, Anábasis; o también «Hugh O’Donell, el Pelirrojo» (Aodh Ruadh Ó Domhnaill), que recrea la muerte de O’Donell, príncipe de Tirconaill a manos de James Blake, un agente enviado por la reina Isabel Tudor, en el siglo XVII.

La poética de Thomas MacGreevy se caracteriza por ser culta y reflexiva. En más de una ocasión hace referencia, como buen católico, al Segundo Don del Espíritu Santo: la inteligencia. Por ejemplo, en «Moments musicaux» la relación entre genio-creación-inteligencia es más que evidente, pues el poeta reconoce en esta a una de sus principales fuentes de inspiración, la cual creía agotada. Es menester indicar que fue publicado en 1961, y es uno de los pocos que escribió tras la aparición de Poems. Inicia, entonces, así: «Pensaste que te había abandonado, / aquella que es el Segundo Don, / excepto la creencia en ella».

Si bien encontramos en su obra algunos versos enriquecidos por su gran destreza técnica y aunque en ocasiones nos resulten cerebrales, debemos reconocer que estamos frente a un autor de aguas profundas, sus percepciones y emociones siempre trascienden lo exterior. Es muy introspectivo en sus reflexiones, sus sentimientos son realmente abrasadores, pero están bastante matizados, contenidos algunas veces. No es verborreico ni estruendoso. De hecho, no conozco a ningún poeta irlandés que lo sea, no forma parte de su naturaleza ni de su tradición —aunque son siempre bienvenidas las excepciones—, tienden más bien a ser melancólicos, flemáticos; sus grandes tragedias y desventuras son moduladas a media voz. Y en MacGreevy Irlanda tiene a uno de sus más insignes representantes.

 

Madrid, 2013

A inicios de este año ve la luz por primera vez en castellano la obra poética del irlandés, gracias al acierto de Bartebly Editores, que celebra sus quince años ampliando su catálogo con uno de los autores más destacados de la pasada centuria. Son varios los motivos dignos de elogio que merece esta edición bilingüe, como la inclusión de una ilustrativa Semblanza bibliográfica, además del manifiesto «La poesía es vertical» y de otros siete poemas dispersos en publicaciones periódicas.

Asimismo, sería incorrecto pasar por alto el pertinente e iluminador aparato crítico que acompaña la poesía de Thomas MacGreevy. La presentación de Michael Smith y el epílogo de Anthony Cronin —pese a ser de 1982— nos ofrecen aspectos poco conocidos de su vida y obra, como su intensa amistad con James Joyce y Samuel Beckett, su admiración a la pintura de Jack Yeats, o la fructífera y duradera correspondencia que mantuvo con Wallace Stevens.

Mención especial merece el trabajo del traductor Luis Ingelmo, cuya ardua labor queda bien reflejada en las minuciosas anotaciones que entraña cada poema, un verdadero y sobresaliente trabajo de hormiga por su parte. Por otro lado, si bien esta traducción presenta más altos que bajos, hay que reconocer la complejidad que implica la poesía de MacGreevy, en especial por los innumerables referentes y vasos comunicantes que su obra comporta y que Ingelmo ha sabido resolver.

Antes del punto final, quisiera permitirme una indiscreta interrogante, ¿por qué la elección del pocas veces certero adjetivo «completa» en el título, si ya en 1995 Susan Schreibman reconoce la existencia de varios poemas inéditos e incompletos de Thomas MacGreevy, atesorados en cartas, diarios y anotaciones diversas?

 

© Reinhard Huaman Mori

Publicado en Paralelo Sur, nº 13 – otoño 2013.