un visionario
Un muchacho vino a verme a mis aposentos la otra noche, y empezamos a hablar sobre la creación de la tierra, de los cielos y otras cosas más. Le pregunté sobre su vida y sus actividades. Él había escrito muchos poemas y había hecho muchos dibujos místicos desde la última vez que nos encontramos, pero recientemente no había escrito ni pintado, ya que todo su corazón estaba concentrado en volver su mente fuerte, vigorosa y tranquila, y la vida emocional del artista, temía, era mala para él. Sin embargo, recitó sus poemas con facilidad, pues los tenía todos en su memoria.
Algunos, de hecho, no habían sido nunca anotados. Estos, “con su música salvaje como vientos que soplaban en las cañas”, me parecían la voz más íntima de la tristeza céltica, y del anhelo céltico por las cosas infinitas que el mundo nunca ha visto. Repentinamente, me dio la impresión que miraba algo fijamente, con un poco de impaciencia. «Ve usted algo, X?” [1], le dije. «Una resplandeciente mujer alada, cubierta por su largo cabello, está parada cerca del umbral», contestó más o menos con esas palabras. «¿Es la influencia de alguna persona viva que piensa en nosotros, cuyos pensamientos se nos aparecen en aquella forma simbólica?», dije para mí, que había sido muy bien instruido en las artes de los visionarios y en el estilo de su discurso. «No», replicó; «porque si fueran los pensamientos de una persona que está viva podría sentir su influencia en mi cuerpo, mi corazón latiría y mi respiración fallaría. Es un espíritu. Es alguien que ha muerto o que no ha vivido nunca». Le pregunté qué era lo que hacía y descubrí que era un empleado en un gran negocio. Sin embargo, su mayor placer era errar por las colinas, hablando con campesinos medio locos y visionarios, o persuadiendo a personas raras y de conciencias abatidas de que pusieran en sus manos sus problemas. Otra noche, cuando estaba con él en su domicilio, más de uno se volcó a hablarle sobre sus creencias y en las cosas que no creen, y él esclarecía sus dudas como si fuese la sutil luz de su mente. Algunas veces las visiones le llegaban mientras hablaba con ellos, y se rumorea que él le ha dicho a diversas personas hechos reales sobre su pasado y sobre amigos distantes, apaciguándolos con el temor ante aquel extraño maestro, que parece apenas algo mayor que un muchacho, y que es mucho más perspicaz que el más viejo entre ellos.
La poesía que recitó estaba impregnada de su naturaleza y de sus visiones. A veces el poema habla sobre otras vidas que cree haber vivido en otros siglos [2], a veces habla sobre personas con las que ha conversado, revelándoles sus propias mentes. Le dije que iba a escribir un artículo sobre él y sus visiones, y me respondió que lo podía hacer solo si no mencionaba su nombre, pues deseaba mantenerse siempre como un personaje «desconocido, oscuro e impersonal». Al día siguiente me llegó un legajo con sus poemas, y con ellos una nota que contenía las siguientes palabras: «Aquí hay algunas copias de los versos que usted me comentó que le gustaban. Creo que no podré escribir o pintar nunca más. Ahora me estoy preparando para un ciclo de actividades distintas que realizaré en otra vida. Tengo que fortalecer mis raíces y ramas, pues ahora no es tiempo para que broten mis hojas y flores».
Los poemas se esforzaban por alcanzar un humor elevado, impalpable, en una red de imágenes oscuras. Habían finos pasajes en todos ellos, pero a menudo estaban siempre encerrados en pensamientos, los cuales tienen, evidentemente, un valor especial en su mente, pero que para otros hombres era lo opuesto a una invención desconocida. Otras veces la belleza del pensamiento era oscurecida por la escritura descuidada, como si repentinamente hubiese dudado sobre si la escritura era un trabajo absurdo. Con frecuencia ilustraba sus versos con dibujos, en los cuales una imperfecta anatomía no lograba ocultar la belleza extrema de su sensibilidad. Las hadas en las que él cree le han dado muchos temas, como aquel muy notable sobre Thomas de Ercildoune [3], que se sentaba inmóvil en el crepúsculo mientras una hermosa y joven criatura se inclinaba suavemente saliendo de las sombras y le susurraba cosas al oído. Él se había deleitado, sobre todo, con los fuertes efectos del color: espíritus que en vez de cabellos llevaban en sus cabezas plumas de pavo reales; un fantasma alcanzado por un torbellino de llamas en dirección a una estrella; un espíritu que pasaba con un globo de cristal iridiscente —símbolo del alma— encerrada en su mano. Pero siempre debajo de estas dádivas de color subyace un llamado a las frágiles esperanzas del hombre. Esta ansia espiritual dibuja en él a todos aquellos, quienes como él, buscan la iluminación o se lamentaban por la alegría que se ha desvanecido. Uno de estos me viene a la mente. Hace uno o dos inviernos él pasó mucha parte de la noche caminando de arriba a abajo por la montaña hablando con un viejo campesino, que para la mayoría de la gente resultaba ser un hombre estúpido, desahogó sus penas con él. Ambos eran infelices: X porque había decidido que el arte y la poesía no eran para él, y el viejo campesino porque su vida desfallecía sin haber alcanzado algún logro y ya ninguna esperanza quedaba en él. ¡Cuán celtas son ambos! Cuánto esfuerzo por alcanzar algo que jamás podrá ser expresado en un palabra o en un hecho. El campesino vagaba por su mente con dolor prolongado. Una vez estalló y dijo: «Dios posee los cielos —Dios posee los cielos— pero observa con codicia el mundo»; y una vez se lamentó porque sus antiguos vecinos habían muerto, y todos se habían olvidado de él: solía dibujar una silla ante el fuego en toda cabaña. Pero ahora ellos dicen, «¿quién es ese viejo que está allí?» «La ruina ha caído sobre mí», repetía, y después se puso hablar una vez más sobre Dios y el cielo. Más de una vez dijo también, agitando sus brazos hacia la montaña, «solamente yo sé qué es lo que sucedió debajo del espino hace 40 años»; y mientras decía esto las lágrimas resplandecían sobre su rostro como el claro de luna.
Este anciano se levanta siempre antes que yo cuando pienso en X. Ambos buscan —uno en oraciones, el otro en pinturas simbólicas y sutiles alegorías poéticas— expresar algo que se extiende más allá de lo expresable; y ambos, si X me perdona, tienen dentro de ellos la vasta y vaga extravagancia que subyace en lo más hondo del corazón celta. Los campesinos visionarios que son, los dueños combatientes de las tierras que fueron, y todo el alboroto de las leyendas —Cu Chulainn luchando contra el mar durante dos días hasta que las ondas pasen sobre él y muere; Caolte asaltando el palacio de los dioses; Oisin buscando inútilmente apaciguar su insaciable corazón durante 300 años con todos los placeres del país de las hadas; aquellos dos místicos que caminaban de arriba a abajo por las montañas pronunciando los principales sueños de sus almas en algo menos que frases de sueños desvanecidos, y esas mentes que encuentran en aquello algo muy interesante— son todo parte de esa gran fantasmagoría celta cuyo significado no ha sido descubierto por ningún hombre, ni tampoco ha sido revelado por ningún ángel.
una voz
Un día iba caminando por un terreno pantanoso cerca del bosque Inchy, cuando repentinamente sentí, solo por un segundo, una emoción que me dije que era la raíz del misticismo cristiano. Me había sacudido un sentimiento de debilidad, un sentimiento de dependencia de gran ser personal, que se encontraba en algún lugar lejano, pero al alcance de mi mano. Ninguno de mis pensamientos me había preparado para esta emoción, ya que me mantenía preocupado con Ængus y Edain, y con Mannanan, hijo del mar.
Aquella noche me desperté echado sobre mi espalda y oí una voz que hablaba sobre mí que me decía: «Ningún alma humana se parece a otra alma, porque el amor de Dios es infinito para toda alma humana, y ninguna otra puede satisfacer la misma necesidad de Dios.» Algunas noches después me desperté y vi la gente más encantadora que jamás había visto. Un muchacho y una muchacha, vestidos con ropas de color verde aceituna, cortadas como las vestimentas griegas, estaban parados junto a la cabecera de mi cama. Miré a la muchacha y noté que su vestido quedaba sujeto alrededor de su cuello por una especie de cadena, o quizás era una especie de tieso bordado que representaba las hojas de hiedra. Pero lo que me maravilló fue la milagrosa dulzura de su rostro. En estos tiempos ya no se ven rostros como aquel. Ahora no hay tales caras. Era hermoso, como pocos rostros son hermosos, pero no tenía, pensaría uno, la luz que emana del deseo, de la esperanza, del miedo o de la especulación. Era pacífica como los rostros de animales, o como las lagunas de la montaña por la tarde, tan pacífica que parecía un poco triste. Por un momento pensé que ella era la amada de Agnus; pero, ¿cómo ha podido esta seductora, feliz e inmortal desgraciada, tener una cara como esa? Sin duda, ha venido de la tierra de los niños de la Luna, pero quién es ella entre todos ellos, eso nunca lo sabré.
tierra, fuego y agua
Un escritor francés, al que yo leía cuando era niño, dijo que el desierto se ganó el corazón de los judíos durante sus nomadismos y los convirtió en los hombres que son ahora. No puedo recordar cuál era el argumento por el cual probaba que los judíos seguían siendo los indestructibles hijos de la tierra, pero se puede decir que los elementos eran sus hijos. Si conociéramos bien a los adoradores del fuego, podríamos saber que sus siglos de piadosa observación han sido recompensados, y que el fuego les confirió un poco de su naturaleza. Estoy seguro de que el agua, el de los mares, de los lagos, de la niebla y de la lluvia, no han hecho sino moldear a los irlandeses a su imagen. Las imágenes se forman en nuestras mentes continuamente como si se reflejaran en un lago. En tiempos pasados nos entregábamos completamente a la mitología y veíamos dioses por todas partes. Hablábamos con ellos cara a cara, y las historias de aquella comunión son tan numerosas que pienso que exceden en número a todas las similares historias de todo el resto de Europa. Incluso hoy nuestros campesinos hablan con los muertos y con aquellos que quizás nunca han muerto, en el sentido que usualmente entendemos morir. Inclusive la gente culta pasa sin gran dificultad a un estado tal de tranquilidad que es propio de la condición de las visiones. Podemos hacer que nuestras mentes se asemejen a aguas inmóviles y que los seres que se juntan a nuestro alrededor puedan ver sus propias imágenes, y así vivir por un momento con claridad, quizás con una vida más impetuosa debido a nuestra tranquilidad. ¿No pensaba el sabio Porfirio que todas las almas nacían por causa del agua, y que «incluso la generación de imágenes en la mente proviene del agua»?
el pueblo antiguo
Una noche, hace unos 15 años, caí en algo que parecía ser el poder de las hadas. Había ido con un muchacho y su hermana —amigos y parientes míos— a recopilar historias de un viejo paisano; y veníamos a casa hablando sobre lo que él nos había dicho. Estaba oscuro, y nuestra imaginación estaba excitada por sus historias de apariciones, y aquello debió llevarnos [lo desconocíamos nosotros] hasta el umbral, entre el dormir y el despertar, en donde las Esfinges y las Quimeras se sientan con los ojos abiertos y donde hay siempre murmullos y susurros. No puedo pensar que lo que vimos era producto de una débil imaginación. Habíamos pasado debajo de algunos árboles que hicieron el camino muy oscuro, cuando la muchacha vio moverse lentamente una luz brillante a través del oscuro camino. Su hermano y yo no vimos nada hasta haber caminado alrededor de media hora a lo largo de las orillas del río, por un estrecho sendero que llega hasta un campo en donde había una iglesia en ruinas cubierta con hiedras, y las fundaciones fueron conocidas como «el pueblo antiguo», del cual se dice, había sido quemado en la época de Cromwell. Habíamos estado parados por algunos minutos, en cuanto yo pueden recordar, mirando los campos llenos de piedras, zarzas y viejos arbustos, cuando vi una pequeña luz brillante en el horizonte que parecía ir ascendiendo lentamente hacia el cielo; luego vimos otras débiles luces durante un minuto o dos, y al final vimos una brillante flama como la de una antorcha moviéndose rápidamente por el río. Contemplamos todo en tal estado de sonambulismo y parecía tan irreal, que nunca he escrito nada parecido a ello, sino hasta ahora; ni siquiera había hablado de ello, e incluso cuando lo pienso, debido a un impulso irracional, he evitado darle importancia a la cuestión. Quizás he sentido que mis recuerdos de las cosas que he visto, cuando el sentido de la realidad se halla debilitada, bien pueden ser poco fiables. Algunos meses atrás, sin embargo, hablé acerca de esto con mis dos amigos, y comparé sus recuerdos algo pobres con los míos. Aquel sentido de irrealidad resultaba ser maravilloso porque al día siguiente escuché sonidos tan inexplicables como eran aquellas luces, sin ninguna emoción de irrealidad, y los recuerdo con perfecta nitidez y fiabilidad. La muchacha estaba sentaba leyendo bajo un largo y anticuado espejo, y yo estaba escribiendo y leyendo a algunos metros de distancia, cuando oí un sonido como si una lluvia de guisantes hubiera sido lanzada contra el espejo, y mientras me quedé mirándolo escuché el mismo sonido otra vez e, inmediatamente, mientras estaba solo en la habitación, oí un sonido como si algo mucho más grande que un guisante hubiera golpeado el encofrado junto a mi cabeza. Después de lo sucedido llegaron otras visiones y sonidos por algunos días, pero ya no a mí, sino a la muchacha, a su hermano y a los criados. Ahora era una luz brillante, y esa luz brillante eran letras de fuego que desaparecieron antes de que pudieran ser leídas, y luego era un pie muy pesado que se movía alrededor de aquella casa aparentemente vacía. Uno se pregunta si esas criaturas que viven [como cree la gente del campo], donde otros hombres y mujeres han vivido en épocas anteriores, ¿no nos habrán seguido desde las ruinas del antiguo pueblo? ¿o provenían de los islotes del río, rodeados por árboles, desde donde brilló la primera luz durante unos momentos?
Notas
[1] Yeats utiliza esta consonante para no revelar el verdadero nombre del muchacho al que refiere en el texto [N. del T.].
[2] Escribí esta frase hace mucho tiempo. Ahora esta tristeza me parece una parte de todas aquellas personas que conservan el carácter de los antiguos hombres del mundo. No estoy tan preocupado por el misterio de la Raza, como solía estarlo; sino que dejo esta frase y otras más como aquella primera que no ha sido alterada. Nosotros creímos alguna vez en ellos, y puede ser que no nos hayamos hecho más sabios. [N. del A.].
[3] Un poeta errante del cual se dice que vivió siete años en el país de las hadas, en Finland o Fearyland.
Versión al castellano: Rubén Cárdenas
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