Un león, un burro y un río. Giordano Bruno

(Nola, Nápoles, 1548 - Roma, 1600)

(Nola, Nápoles, 1548 – Roma, 1600)

 

Érase una vez un león y un burro que eran amigos, y cuando iniciaron un viaje juntos se hicieron la promesa mutua de que cuando llegaran a un río cada uno de ellos ayudaría al otro a cruzar a la orilla opuesta; es decir, primero el asno llevaría al león, y luego el león llevaría al asno. El caso es que tenía que ir a Roma, y como no había ni una barca ni un puente cuando llegaron al río Garigliano, el asno llevó a cuestas al león, pero mientras el asno nadaba hacia la otra orilla, el león, por miedo a caer, clavó sus garras cada vez con más profundidad en el pellejo del pobre animal hasta llegar casi a los huesos. Y la pobre criatura (que, después de todo, hace profesión de su paciencia) lo soportó lo mejor que pudo sin un quejido; todo lo que hizo, cuando salieron sanos y salvos del agua, fue sacudir el lomo y rodar sobre él dos o tres veces en la arena caliente, y luego siguieron su camino. Ocho días después, cuando hicieron el camino de vuelta, le llegó el turno al león de llevar al asno, quien, una vez que saltó sobre la fiera, trató de asegurarse aferrándose con los dientes al cuello del león, y comoquiera que eso no bastara para mantener el equilibrio, clavó su aparato (o como se suele decir, su ya-sabes-qué), que era contundente, en el hueco libre de carne que tenía el león debajo del rabo, con lo que este sintió más dolor que una parturienta, y gritó: “¡Ay, ay, oy, oy, oy, uy, uy, traidor!”. A lo cual el asno respondió con seria contención y tono grave:”Paciencia, hermano, paciencia; yo no tengo otras garras”. Y de ese modo el león tuvo que sufrir y aguantar hasta que terminaron de cruzar el río.

 

Esto quiere decir que “todo cambia de lugar” y nadie es tan burro como para no aprovechar la oportunidad cuando se presenta.

 

 

Giordano Bruno, Il candelaio. Acto 2, escena 4.