Jorie Graham. Rompiente

Jorie Graham.jpg

(Nueva York, 1950)

 

Un día: viento más fuerte de lo que nadie esperaba. Más que ningún otro

desde que se registran

tales cosas. Anti-

natural dicen las noticias. Hasta el cuerpo lo dice.  Qué parte del cuerpo—miro

abajo, puedo

sentirlo, sí, no sé,

dónde. Sumergiéndonos también,

haciendo de los campos, los árboles, un elenco de personajes en un

innegociable

drama, decretado, férrea oscuridad de luz cansada, todo deshaciéndose a sí mismo

a la vez. También sostenido, como en un pensamiento

odioso, o una vanidad que se arroja sobre ti desde la

nada y hace

que uno sienta la malicia de ser fiel a una

idea. Todo inevitable y agitado como

amaneceres de un futuro ignoto. Ahora quién va a arreglar esto. Y cómo el futuro

adquiere forma

demasiado rápido. Lo permanente refluye. No deja

nada similar a

huellas, han sido borradas, la hierba prolifera, vida que perturba vida, y es tumulto

a nuestro alrededor, como un enclaustramiento

extremo, difuminando la sensación

del estado del

ser. El que ayer mismo existía, calmo y

cierto. Como el derecho a la

intimidad—qué extraño sentimiento, aquí, el derecho

piensa en tu aflicción dice el

viento, no alegues ignorancia, y el pasado

se infiltra más y

más, mucho más lejos de donde solía llegar, golpeando los postigos que

acabo de ajustar de nuevo, enorme mal-

entendido en torno a mí que estoy tan

quieta en

el centro de esta habitación, y escucho—oh,

no hay controversias, se está

de acuerdo en todo, de buen grado nos pusimos en marcha, y

supimos además jugar con reglas, y si te digo ahora

vámonos

a algún sitio la idea no sobrevivirá

a su instante, ahora está aquí, cargando un vendaval

de Atlántico Norte, siseando Piensa en

el cuerpo del océano que cada segundo se alza hacia mi

encuentro , y su

antigua e-

vaporación, cómo se entrega a

mí, y cómo el mundo es nuestra ley, la intraderiva de nosotros en nos-

otros, un coralismo de elementos en nosotros y cómo

este entremezclarnos no tiene in-

teligencia, forma

reverberación, sílabas intranscriptibles, ad-herencias, y cómo es el asombro lo que

mana de nosotros cuando, en el

bucle, en lo más bajo

de la cadena

alimenticia, surgido

de corrientes submarinas y 1 grado más caliente, el in-

dispensable

plancton es empujado al norte, y más al norte todavía,

desovando muy tarde para la eclosión de la larva del bacalao,

así que la cría no sobrevivirá, ni la

especie al final, en la ahora-mismo siempre in-

terrumpible desaceleración de la

corriente

del golfo, así que yo, hablando contra este viento hoy, a voces, a nadie, soy de golpe

consciente

de que he escrito mis poemas, lo siento en

mis inútiles

manos, palmas en mi regazo, y en mi escucha, y también el recuerdo de una estación en su

plenitud, en donde se derrama como un

obtuso llanto este in-

cesante destellar de hojas, loco de sombras, por

tragaluces, muros, las enconrvadas filas de árboles

salpicados de astillas de

luz como

sonrisas que se tuercen—infinidad de ellas—serpenteando entre los muros, sobre las

hierbas—bocas

que alcanzan

otras bocas—succionando todo el

aire—vastos alientos en vaivén entre las hirientes brumas—y avivadme

más aún dice este viento nuevo, y

de acuerdo con el juicio

vuestro, y

estoy inclinando mi corazón hacia el fin,

no puedo fallar, este sábado, temprano, a mediodía, este arrojarme,

enmarañadas furias a lomos de mis múltiples espaldas, contra tus cimientos y tu

mejor, más joven

árbol, el que saliste a apuntalar de nuevo, y las piedras sueltas en el alféizar.

 

 

 

© Jorie Graham, del poema

© Rubén Martín, de la versión al castellano

de: Rompiente. Bartleby Editores. Madrid. 2014.

Deja un comentario