VERANO
Sensación de Ibiza
Larga mañana de verano. El sol ardiendo.
La sombra de la higuera, atravesada
de brisa, entre el rastrojo, cierra la manada
de las ovejas y el pastor indolente.
Se alza en la punta un manojo de pinos,
de donde viene un olor caliente y aromado.
Brilla el mar, y un velero, la vela inflada,
la proa en rumbo, se aleja azul adentro.
SES FEIXES
Agua y tierra en abrazada
inextricable y fecunda,
humedad que los campos inunda
sutil y cuadriculada,
cultivos de verdor ahogada,
nivel de esfuerzo y tranquila
agua negruzca que asila
a la rana huidiza.
Y sube al cielo la palmera
para saludar a naves y villa.
IBIZA ANTE LOS OJOS
Alta en zócalos de roca amarillentos
te miro encumbrada sobre el mar
–mar que cura, por joven, toda llaga
y te sonríe animada con todos los vientos–
desde un teso de glaucas oliveras
y de púnica corteza cavernosa
de tumbas, oh ciudad edificada
en veintisiete centurias de fundamentos, que alzas
tus blancas casas, jardines, escaleras, torres
sobre una armadura muchas veces renovada,
y a la atalaya de tu cielo te elevas
para mirar un fragmento de este planeta:
tus montes, tu mar. Erguida y quieta,
mientras se deslizan ventadas, olas, nubes.
SANTA EULÀLIA DEL RIO
¡Cuánta paz! Solo un escalón más hacia este cielo
que las montañas roza cristalino,
y ya sube un silencio campesino
a acariciar la iglesia en frágil vuelo.
Voces dispersas, cencerros que apaciguan,
hilos fluidos de agua por un camino de rocas
nos llegan únicamente, con un trino cercano
y unas alas, anhelo rabioso de espacio.
Desde aquí, aquello que ansías, la belleza,
se te ofrece tendida y dilatada.
Un bosque espeso que monte abajo resbala.
De verde y ocre el campo ajedrezado.
La huerta acaba allí y el mar comienza.
Blanco sobre azul, espuma, nave alada.
SANT ANTONI DE PORTMANY
El mar sereno con la tierra se alía
y accesible se ofrenda, y amistoso.
Penetra con un puerto clásico entre los campos,
donde la brisa divaga y llena apenas las velas.
Aquí, en Portmany, se cierra todo el goce
del mar adolescente y caprichoso,
que sus espejos más alisados bruñe
para la villa breve y sus sierras pinosas.
A todo sonríe hoy el agua inocente;
con las rocas y playas amoroso se refriega,
con la flota de peñascos y de islotes que allá lejos
levantan un prestigio mitológico.
En un mar plagado de calma y de reflejos
el cielo busca azules, que, pródigos, dilapida.
HACIA EL ATARDECER
Impresión de Ibiza
Por los peldaños de las casas do se enfría la cal
suben, lentas, las sombras. Las ventanas, abiertas
al gran crepúsculo, miran lejanías inciertas.
Palmeras y oliveras de un jardín espectral
son imagen de sueños y nostalgias despiertas.
La torre, en la cima, con altos delirios se quiere alzar.
Las nubes se despeinan, la noche las va a buscar,
y los astros, arriba, puñen las alturas desiertas.
UN VELERO SALE HACIA IBIZA
La escuadra bien respaldada de compañeros,
en el puerto que al anochecer se extasía,
dejas, con el último reflejo del día,
por alta noche y alta mar, gemelos
los palos que gustan salobridad y brisa
de los que se ahogan en el calmo espejo.
La luna alza mirada redonda y sencilla
para perseguirte a lo largo de tu trayecto.
¡Adiós, nave luminosa, marineros!
Con el nuevo día, el viento gacho en la vela,
atrás el pálido surco, ¿ya se revela
frente a la costa de los deleites primeros?
Silencio y luz hendirás a la llegada,
ya cercado por villa y campo, honda abrazada.
CIUDAD NUESTRA
Fijeza de la piedra, altas murallas guarnecidas
de verdes racimos, las arremolinadas
casitas, al pie, y las alzadas
ventanas, entre ramas, de miradas fijas.
Lamidas a la cal de las húmidas brisas
y la roca profunda con las oleadas.
De noche la piedra empuja las esquinas,
hay rincones y estrellas mal clareadas.
Fijeza de la piedra. Fugitiva
luz cedemos, y nos acompaña, se siente
como presencia del corazón, alta y esquiva.
Muros amados, limados por vieja corriente,
vaso do se aúpa la voz definitiva,
como un vino de años con regusto ausente.
NIEVE EN IBIZA
Copos extrañados
por higueras de indias.
Se hunden blandamente
los campos, bajo sutil
norte que se arrima, bajo
la nieve. Hermana fría,
sal, cal, flor de almendral.
PASEO A SANTA EULÀRIA
El llano es ya de sombra, de árbol en árbol enredada,
sombra inmóvil y azul que mansamente sube.
Trabaja un hombre el campo, se aleja una manada…
En los pinos, sobre la sierra, se funde
la caricia del sol, luminosa y dorada.
Apenas un hálito osa empujar el follaje
y sacar un leve gemido del sueño interrumpido.
Todo en la hora calma está encantado y enmudecido,
todo – menos el vivo torrente, vena del campo,
que corre alegre en medio del gran reposo vencido.
Voy por la margen, distraído con el fresco rumor,
perdida la mirada en el paisaje riente;
puesto que el ánima a recogerse no consiente,
y se me rebosa y escampa por la tierra, con amor,
y en cada cosa se para, vehemente.
© Herederos de Marià Villangómez Llobet
Versión al castellano de Helena Roig Torres y Reinhard Huamán Mori
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