Robert Duncan. Poemas

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(Oakland, 1919 – San Francisco, 1988)

 

El segador [1]

 

Creado por los poetas para cantar mi canción,

o creado por mi canción para cantar.

 

La fuente de la canción debe extinguirse.

 

Durante todo el día, la noche de la música se cierne

sobre el abeto, se balancea y brilla.

Oh, muéveme a que no cante

porque mi deseo es permanecer en silencio con mi primer Señor.

 

La fuente de la canción se extinguirá.

 

Glorioso es el sol ardiente.

En su juventud el segador tala el grano vivo.

Vemos el brillo de la curva ardiente de su guadaña.

Su extenuante labor nos abate

aún en vida.

 

La fuente de la canción se extinguirá.

 

No arrases las cuerdas de mi oscura lira,

mi cuerpo, música. Acalla

el árbol de tu corazón, pues deseo

ir hacia mi Señor invalorable.

La Tumba de las Musas en el mármol de la piel

es como un monumento a la canción,

 

La fuente de la canción se extinguirá.

 

Toda la noche el pestilente segador asesina.,

Desaparecemos bajo el filo de su guadaña.

Nuestra juventud se siega a diario como el trigo

de los campos de nuestro primer Señor.

 

La fuente de la canción se extinguirá.

 

Pero mira, glorioso es el sol ardiente.

El Segador derriba mi ardiente juventud.

Me arranca de mi primer Señor

mientras aún vivo.

 

La fuente de la canción se extinguirá.

 

 

 

Adoración a la Virgen

 

La muda estatua de la Virgen se yergue

entre los susurros de las formas sombrías.

El llamado mágico se extiende

más allá de su figura envuelta en la adoración de la luz.

La sólida madera del druida, magia-contenida

de una virginidad viviente, muestra a través de un baño dorado

el rojizo lustre de oro.

 

Los amantes del poetaen el pasillo de la tarde

entran en el clamor de las tenues campanas

que redoblan, redoblan la caída de la noche.

Esperan, perturbados,

como si la rígida imagen de la Virgen fuese a revivir

y a hablar. El milagro parece inminente.

 

Ella no es inocente, pero, virgen,

ha conocido a Dios. Su ropaje

vuela, se extiende y queda atrapado

en una batalla con el aire que lo rodea,

tallado de asombro y pintado de oro.

 

A ella su hijo no se le apareció.

A nosotros, que no lo conocimos

se nos apareció, como un pálido baldur [2]

en el madero sangrante.

 

Camino con mi amante. Nos entristecemos por un tercero.

Un tercero camina con nosotros. Esplendor herido.

No ya puro, sino transformado. Pero más.

Lleva nuestras heridas, lágrimas que son sangre,

coronas que son espinas.

 

Oh aureolada Madre, cúranos a

mi amante y a mí. Ave

María llena de gracia.

 

La imagen solitaria de la Virgen se

articula llena de gracia.

Sostiene al Niño Mago

como una exclamación.

 

Perdona, perdónanos en nuestro amor y cúranos.

 

La madera de druida perturba.

Habla por debajo de la hoja de oro.

Su desdicha es más antigua de lo que imaginamos.

El oro, Su sangre, sobre el rígido ropaje

nos concede la gracia.

 

Los poetas amantes sienten su contacto

como si ese contacto les fuese robado a sus corazones.

 

 

 

Los albigenses [3]

 

Nos movemos como dragones aletargados.

El espíritu de nuestro Señor se mueve por el universo

que nos habló de cosas diabólicas.

Oímos crujir la luminosidad de una serpiente.

 

Mira cómo se inflama el esplendor mundano.

La oscuridad de nuestro Señor es de odio vegetal.

 

Los espíritus de la Luz se mueven en la oscuridad.

Se esfuerzan para poder tocar. Tenemos algunas noticias,

tenues memorias, de su castidad.

 

Sé de una serpiente sabiduría de la sangre,

del sufrimiento, de la magia coital.

La luz de nuestro espíritu se vacía

en la piel. El útero,

el sol rojo-sangre, el universo,

brilla con presencias malignas,

ángeles de un fuego leproso.

 

El espíritu del deseo se mueve en todas las cosas animadas,

una belleza que brilla en las hojas de los árboles.

 

El Papa de Roma admirable por sus masacres

es Lucifer. Él se repite, se repite en nosotros, crea

su imagen diabólica. La novia entrega la lacra

de su forma diabólica y quiere conocer

la diabólica masculinidad de su novio.

Comen el cuerpo de nuestro Señor.

Gólgota cabalga con la mirada fija en ese paraíso.

 

Los amantes del poeta mientras copulan saben

que el dragón surge de todas las cosas.

Se consumen en la cólera de un Dios colérico.

Negro es el momento más bello del día más brillante.

 

Oh déjame morir, pero si me amas, déjame morir.

Tu agonía y tu furia hieren mi segunda vida.

 

Iré al origen de la luz olvidada.

Los Dorados se mueven en reinos invisibles.

Si pudiéramos conocer su castidad. Nos esforzamos para tocar.

El consuelo de Dios se extingue con la vida.

Nos estiramos, nos estiramos para detenerlos.

Se vuelven invisibles para nuestro deseo.

 

Oh déjame morir, pero si me amas, déjame morir.

 

 

 

Poesía desordenada

 

No un desarreglo de los sentidos [4] pero sí, hay otro sentido oculto del significado en todo des-orden. Des en su orden significa. ¿Qué me imaginé que sería el idioma? No un mito, excepto por la verdadera tarde mítica, un ambiente o preconcepción en el mejor de los casos la oscuridad de una noche verdadera. Ningún visionario excepto cuando la visión es real en su intensidad —esta es una escena en el sentido de las palabras—. Pero una choza de palabras primitiva para nuestra naturaleza. El idioma en su desorden natural.

 

Al no estar en la historia parecemos vivir en y ya no encima de la tierra. Y el lector como un viajante preocupado tal vez vea “esa tenue luz en la vasta oscuridad del bosque” y venga a nuestra puerta, a indagar adentro y se siente por una noche al titilar de nuestras oraciones, oyéndonos contar un relato en algún lugar del que no quiero acordarme hacia un así era una vez que relatamos. Y sería parte de ese reino de la historia al que él tal vez nunca pueda volver a regresar otra vez. Regresar para encontrar el lugar, ya no puede reconocer su entorno.

 

Lo que me imagino es una poesía hilada por una tarde como un todo hilado con la malla de una lana gastada. Y alejada, en esa eterna cabaña en el lugar más profundo del bosque de esos relatos que se cuentan alrededor de una hoguera. Lo que me imagino es un viejo chal gastado, sin ninguna importancia terrenal, una poesía otra vez reducida a sus hilos. El entretenimiento de una tarde sin gran importancia. Habla en un cuarto vamos hacia donde venimos. Una interrogación aislada. El discurso que si fuera oído no le hubiera molestado al oyente no haberlo oído.

 

Ahí no podría haber tiempo para el deseo o para la ambición estructural, uno solo escucharía las posiciones relativas, lapsos y divisiones, amontonadas, entretejidas y decisiones.

 

Un poeta que se sienta a la luz de las palabras como un gato a la luz moteada del sol en una ventana. Donde está él en la oración es ahí. Y escucha mientras su poesía dibuja su escuchar.

 

 

 

El comienzo de la escritura

 

una composición

 

Empezar a escribir. Continuar finalmente para escribir. Escribir finalmente para continuamente empezar.

 

Para superar el comienzo. Para superar la urgencia. Para superar el escribir escribiendo.

 

Sin nunca superar el comienzo. Ahora escribir escribiendo. No superar el comienzo.

 

*

El amor es a veces adelante e incluir. El amor es a veces superar y no comenzar. El amor como una parte constante de algunas composiciones es imaginar la expansión del amor para incluir el comienzo como continuación.

 

Deseo : no en el escribir. Urgencia : en el no escribir. Mentir en la espera de no escribir. El deseo es lo anterior no el comienzo del principio. La urgencia es un no sentir que finalmente comienza.

 

*

Cuando me imagino el no superar sino el incluir, el amar toma el lugar del deseo. Cuando diariamente me imagino comenzando continuamente, ser no es más re-formar sino repetir.

 

Un gigante del día se despierta.

Un gigante de la noche se duerme.

 

¡Ser un universo! ¡Ser un universo!

Absorto en su continuo hablar.

Ser regresado al sueño.

 

Cuando me imagino a mí mismo como amante

el Amor está otra vez aquí, aquí digo,

hace su aparición durante el Día una vez más

desde el simple anhelo, pertenecer

al decir.

 

La mañana se transforma

silenciosa como las palabras al hablar:

un soliloquio de silencios audibles.

 

*

¡Un soliloquio! ¡Un soliloquio!

tanta frivolidad al hablar con los diferentes colores de luz, con las tretas

de personas imaginadas, en persona.

 

El gran Funcionario engreído rueda su eterna existencia como rueda

un bidón

sobre las medidas de un sueño desordenado.

Un habla desordenada.

 

 

 

Origen

 

O: Trabajo el idioma como un salto de agua trabaja la roca, para encontrar un curso, y así, ciegamente. En esto no soy un creador de las cosas, pero si fuera un creador, creador de un camino. Por el camino en sí mismo. Está muy bien hablar de que el agua tiene su destino en el mar, y así imaginarse llegar casi a conocer el curso; pero el mar es solo el fin de los caminos, si pudiese la corriente encontrar un curso más lejano, continuaría. Y vasto como es el idioma, no es el final sino la resistencia por la cual el poema puede moverse, mientras fluye o baila o se embarra en el tiempo, inventándolo en la marcha y no obstante solo continuar hasta donde se rompe la resistencia del idioma.

Cuando tenía unos doce años, supongo que sería aproximadamente la edad de Narciso, me enamoré del arroyo de una montaña. Allí, de lo más intenso durante todo el verano, me quedé mirando a su límpido correr frío, conocí el pleno dolor del anhelo. Ser de ello, enteramente estar fuera de mi ser y entrar en el Otro claro elemento imposible. La imaginación, vieja tergiversadora de la forma, se expande dolorosamente para concebir la forma amada.

Entonces todo serpentea y hace un fondo común, se apresura, constante inconstancia, no sabemos de dónde sale como torrente del arroyo, todo precipitación de los sentidos y del insecto a través del tiempo del ser —me estimula; como si el pulso de mi piel sangrienta, del boqueo de un aliento a otro aliento (como un pez fuera del agua) hubiera otro continuum, un arroyo como un murmullo regular, claro y hondo, allí abajo, un fluir de aguas. Escribo esto solo para explicar alguno de los viejos dolores que el anhelo revive cuando otra vez aprehendo la corriente del lenguaje, se precipita sobre la ruta o sobre los estanques, las energías vacantes debajo del significado, se esconde de nuestros propósitos. A menudo, mientras leo o escribo, regresa el más pleno dolor, y veo u oigo o casi conozco el más puro elemento de la claridad, un movimiento pronunciado, una precipitación absoluta en el curso de su propio camino, que hace que aún desde las mismas palabras de mi bolígrafo un elemento extranjero que ansío —como reino o salvación o libertad— pero nunca se sabe.

 

 

 

A menudo se me permite regresar a un prado

 

como si fuera una escena imaginada por la razón,

que no es mía, pero es un lugar creado

 

que es mío, tan cercano al corazón,

un pastizal eterno plegado en toda su idea

así hay un vestíbulo allí dentro

 

eso es, un lugar creado, producido por la luz

desde donde las sombras que se forman caen.

 

Desde donde se caen todas las arquitecturas que soy

digo que se asemejan al Primer Amado

cuyas flores arden para alumbrar a la Dama.

 

Ella eso [5] es la Reina Bajo la Colina

cuyas huestes son un disturbio de palabras dentro de las palabras

es decir, un campo plegado.

 

Es solo un sueño donde la hierba sopla

hacia el este en contra del origen del sol

en una hora, antes de que baje el sol

 

en cuyo secreto vemos el juego de los niños

un corro de rosas dicho.

 

A menudo se me permite regresar a una pradera

como si fuera una de las propiedades de la razón

ciertos límites detienen previniendo el caos,

 

ese es el lugar del primer permiso,

eterno presagio de lo que es.

 

 

 

© Herederos de Robert Duncan

© Marta López-Luaces, de la versión al castellano y de las notas.

Tomado de Tensar el arco y otros poemas. Antología poética (1939-1987). Bartleby Editores. Madrid. 2011.

NOTAS

[1] Personaje masculino con que en inglés y otras lenguas anglosajonas se representa a la Muerte.

[2] Baldur: dios de la justicia, de la luz y de la verdad en la mitología nórdica, hijo de Odín y de Frigg. Tras un sueño que teme que resulte profético, su madre hace prometer a todos los objetos y las criaturas de la Tierra que jamás le harán daño a Baldur. Todas las criaturas se avienen a la promesa, excepto el muérdago, que tiempo después será el causante de la muerte del dios —aunque muy probablemente el muérdago solo fuera la forma que tomara el vengativo Loki para darle muerte—. Ante el inmenso dolor de Frigg, Hermodur, el divino mensajero, parte en su caballo de ocho patas al Reino de los muertos, con la intención de rescatar a Baldur y volverlo a la vida. Hel, la diosa de las tinieblas, le promete liberar a Baldur solo si se logra que absolutamente todas las criaturas de la Tierra, sin excepción, lloren por él. Todas las criaturas lo lloran, excepto una gigante —otra de las posibles metamorfosis de Loki para seguir haciendo el mal—. Pero la promesa de que algún día, cuando el mal ya no existan en la Tierra, Baldur volverá a la vida, es precisamente el elemento del relato que lo une tanto a la “suspendida muerte” del Rey Arturo, como a la Resurrección de Cristo, con la que Duncan lo asocia en el poema.

[3] Movimiento religioso declarado herético por la Iglesia católica que se extendió en la región de Languedoc durante el siglo XII. La cruzada albigense (también conocida como cruzada contra los cátaros) fue un conflicto armado que tuvo lugar entre los años 1209 y 1244 y que comienza por iniciativa del papa Inocencio III con el apoyo de la dinastía de los Capetos, reyes de Francia.

[4] Alusión a la poética de Arthur Rimbaud quien, en su Carta del vidente, propone “un sistemático arreglo de los sentidos”.

[5] Aquí Duncan presenta dos pronombres de sujeto en tercera persona, el femenino y el neutro. De ahí la traducción como “Ella eso”.

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