
(Maisons-Laffitte, 1889 – Milly-la-Forêt, 1963)
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EL DERECHO Y EL REVÉS [1]
Veo la muerte abajo, en lo alto de esta bella edad
donde me encuentro, por desgracia, a mitad del viaje;
la juventud me abandona y he recibido su golpe.
Se lleva riendo mi corona de rosas;
muerte, viva en nuestro revés, compones
la trama de nuestro tejido.
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No podemos verte y te notamos mezclada
con los placeres, al amor cuyo calor alado
endurece los corazones, como nieve disuelta;
si bien tus habitantes reposasen en la hierba,
nosotros caminábamos despreocupados sobre la tela soberbia
y, de repente, estamos debajo.
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Estamos tan cerca de la dulce vida
que solo por la muerte nos alegra,
abre el pasaje y nos deja la mano.
Algunas veces buscamos vencer el misterio,
y por el mismo camino volver a la tierra:
no existe más el camino.
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Vivos podemos, toda nuestra existencia,
medir la distancia de la tierra al sol
y para no morir urdir preparativos;
leemos un lado de la página del libro;
el otro se nos oculta. No podemos seguir más,
saber qué pasa después.
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Veo la mar demasiado corta que siempre arrebata
a la orilla un beso para besar la otra orilla;
la mentirosa arregla muy bien esos instantes.
Pronto la imitará mi amante fiel,
buscando en otra parte Abril, como la golondrina.
Voy a cumplir treinta años.
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¡Treinta años! ¿Me tomáis el pelo? Es la gracia de los mármoles,
el sol de mediodía que cae sobre los árboles,
vuestro andar de treinta años es vuestro primer andar.
Hasta entonces sois una loca semilla;
vais… callaos. Miradme. Bostezo.
No os escucharé.
..
No quiero mentir a quien me engaña,
la rosa de mi corazón separa sus pétalos,
y pese a que aún deba vivir largo tiempo
poco importan el sol y los mármoles griegos;
hasta aquí aprendía la vida; me hiere.
Debo aprender la muerte.
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Vuestra posada, ¡oh muerte!, no lleva ninguna enseña.
Me gustaría ver, de lejos, un hermoso cisne que sangra
y canta mientras le torcéis el cuello.
De este modo conocería aquello de lo que no dudo:
el lugar donde el sueño interrumpirá mi ruta,
y si debo caminar mucho.
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En efecto, os acostáis como un ángel níveo,
más que el bronce pesado, más ligero que el corcho,
sobre el amante cuyo espasmo al fin os alcanza[2];
sobre vuestro fuego helado la carne deviene estatua,
pero, a la larga, hace falta, muerte, que me acostumbre
a recibiros en mi cama.
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Vuestro deseo no conoce ni la edad ni el sexo,
ninguno de entre los más bellos que veja vuestro desdén;
pese a todo, vuestro amor atrae a los amantes.
Vuestro beso, a veces, los venga de una vergüenza,
o bien os acostáis entre los dos, bello ángel,
para oscuras satisfacciones.
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Mejor que Venus, ¡oh muerte!, habitáis nuestras capas,
paráis nuestros corazones, atormentáis nuestras bocas,
nos cerráis los ojos y nos ensordecéis.
Dais a Venus un rostro ordinario,
porque, hasta donde creo gustaros,
tengo asimismo miedo del amor.
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Rival de Venus, que me rompa y que me cosa
para siempre en las sábanas donde vuestro ángel me esposa;
que jamás me abandone, soy hijo de rey.
Y, acostado al revés, sintiendo su ala pegada,
me habla de usted, pero jamás me enseña
todo lo que dejo en al derecho.
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EL PAQUETE ROJO
Mi sangre se ha transformado en tinta. Convendría evitar a toda costa esta repugnancia. Estoy envenenado hasta la médula. Canté en la oscuridad y ahora es esa canción la que me da miedo. Más aún: soy leproso. ¿Conocéis las manchas de moho que simulan un perfil? No sé que encanto de mi lepra engaña al mundo y lo autoriza a abrazarme. ¡Peor para él! No me conciernen las continuaciones. Solo he expuesto llagas. Hablan de graciosas fantasías: es culpa mía. Es de locos exponerse inútilmente.
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Mi desorden se amontona hasta el cielo. Los que amaba están unidos al cielo por un elástico. Vuelvo la cabeza… Ya no están más ahí [3].
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Por la mañana me inclino, me inclino y me dejo caer. Caigo por la fatiga, el dolor, el sueño. Soy inculto, nulo. No conozco ninguna cifra, ningún dato, ni nombres de ríos ni lenguas vivas o muertas. Cosecho ceros en historia y geografía. Si no fuera por algunos milagros, me perseguirían. Por otra parte he robado los papeles a un tal J. C. nacido en M. L. el… muerto con 18 años tras una brillante carrera poética.
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Esta cabellera, este sistema nervioso mal plantado, esta Francia, esta tierra, no me pertenecen. Me repugnan. Los cancelo mientras sueño de noche.
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La madre no ve más que fuego. La amo. Me lo da. No digáis que la engaño. Como contrapartida le doy la ilusión de tener un hijo.
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He dejado el paquete. Que me encierren, que me linchen. Que lo entienda quien quiera: Soy una mentira que siempre dice la verdad.[4]
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FINAL
Aún en el aire un dedo preparado para el descenso sueña
Es perder su corazón que de perder su sangre
Lo dudo porque la muerte perezosa se alarga
y en la reina doliente el dedo pensativo desciende
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Celeste era el envés de vasos transparentes
Una mano izquierda hábil en este derrocamiento
Dulcemente desataba dos figuras familiares
Hermanas de los hijos de Cefiso a quien miente el agua dulce
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Pueda el arte de malvivir ser mi único estudio
Y de mi propio jefe poner precio a mi cabeza
Para que vuestro odio orne mi soledad
Es a mí a quien entrego los peones que cobré
f.
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NOTAS
[1] Vocabulaire fue publicado en 1922 por Las Éditions de La Sirène.
[2] Alusión a la nouvelle de Mérimee La Vénus d’Ille (1837), en la que una estatua de bronce estrangula al hombre que se había comprometido a casarse con ella.
[3] Cocteau, pese a tener menos de 40 años, ya había perdido a muchos amigos fundamentales como Apollinaire, Le Roy, Satie o Radiguet.
[4] En Journal d’un inconnu Cocteau afirma que esta frase significa que el hombre es una mentira social. El poeta se refuerza en combatir la mentira social una vez se alía contra su verdad singular y la acusa de mentira.
Journal d’un inconnu Cocteau afirma que esta frase significa que el hombre es una mentira social.
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© Herederos de Jean Cocteau
© Jordi Corominas i Julián, de la versión al castellano
Tomado de La mentira que siempre dice la verdad. Salto de página. Madrid. 2015
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