El terror del cuerpo. Gay Talese

(Ocean City, 7 de febrero de 1932)

(Ocean City, 7 de febrero de 1932)

 

A pesar de hablar de adulterio, Lawrence estaba convencido de que había escrito un libro positivo acerca del amor físico, un libro que podría ayudar a que la mentalidad puritana se liberara del «terror del cuerpo». Él creía que varios siglos de confusión habían «impedido la evolución de la mente», haciéndola incapaz de sentir «la reverencia que el sexo se merecía y el debido respeto por la extraña experiencia del cuerpo». Así que creó en Lady Chatterley una heroína sexualmente despierta, que se atrevió a retirar la hoja de parra de la entrepierna de su amante y a examinar el misterio de la masculinidad.

Aunque desde hace tiempo se considera que exponer a la mujer desnuda es una prerrogativa tanto de los artistas como de quienes se dedican a la pornografía, por lo general el falo se oculta o aparece de manera borrosa y nunca se muestra cuando está erecto. Pero la intención de Lawrence era escribir una «novela fálica» y, con frecuencia en el libro, Lady Chatterley se concentra totalmente en el pene de su amante y lo acaricia con los dedos y con sus pechos; lo toca con sus labios, lo toma entre sus manos y lo observa mientras crece, introduce la mano por debajo para acariciar los testículos y sentir su consistencia extraña y suave; y mientras Lawrence describe su asombro, sin duda miles de lectores masculinos de la novela sienten cómo se agita su propio órgano sexual y se imaginan el placer que produce el fresco contacto de Lady Chatterley contra sus ardientes órganos tumefactos, y experimentan a través de la masturbación el placer indirecto de ser su amante.

Como la escritura erótica suele conducir a la masturbación, esa ya era razón suficiente para que la novela de Lawrence fuese considerada polémica; pero, adicionalmente, Lawrence explora a través del personaje del guardabosques la sensibilidad y la distancia psicológica que suelen sentir los hombres hacia su pene: ciertamente este parece tener una voluntad propia, un ego que supera su tamaño, y con frecuencia suele ser motivo de vergüenza debido a sus necesidades e infatuaciones y a su naturaleza impredecible. A veces los hombres sienten que su pene los controla, que los lleva a la deriva, que los hace suplicar por las noches los favores de mujeres cuyos nombres prefieren olvidar por las mañanas. Ya sea por insaciable o por inseguro, el pene exige constante prueba de su fuerza, lo cual introduce en la vida de un hombre complicaciones indeseables y le atrae rechazos frecuentes. Sensible pero resistente, disponible tanto por las noches como durante el día, con un mínimo de estímulo, el pene ha cumplido su labor con determinación, aunque no siempre con habilidad, durante una eternidad de siglos, por siempre buscando, sintiendo, expandiendo, explorando, penetrando, vibrando, languideciendo y deseando más. Sin esconder nunca su lascivia, es el órgano más honesto de los hombres.

También es un símbolo de la imperfección masculina. Carece de equilibrio, es asimétrico, flácido y, con frecuencia, feo. Exhibirlo en público es «indecente». Es muy vulnerable aunque esté hecho de piedra y los museos del mundo están llenos de figuras hercúleas que exhiben penes desportillados, recortados o totalmente cercenados. Los únicos penes intactos parecen ser algunos desproporcionadamente pequeños que tal vez crearon aquellos escultores que no quería intimidar los diminutos miembros de sus mecenas […].

Día a día el pene es sometido a imágenes que exudan sexo en la calle, las tiendas, las oficinas, los carteles publicitarios y los anuncios de televisión: está la mirada lujuriosa de la modelo rubia que aprieta un tubo de crema; los pezones que se marcan sobre la blusa de seda de la recepcionista de una agencia de viajes; las voluminosas nalgas forradas por un par de vaqueros ajustados que suben por la escalera mecánica de unos grandes almacenes; el aroma perfumado que emana de la sección de cosméticos: almizcle fabricado a partir de los genitales de un animal para excitar a otro animal. La ciudad ofrece una versión moderna de una danza tribal de la fertilidad, un safari sexual y muchos hombres sienten la presión de tener que probar repetidamente sus instintos de cazadores. El pene, que a menudo se ve como un arma, también es un lastre, la maldición masculina. Ha convertido a algunos hombres en incansables libertinos, voyeuristas, exhibicionistas, violadores […]. Su libertinaje cuando se está en posiciones de poder ha provocado escándalos políticos y ha hecho caer gobiernos. Infelices a causa de él, unos cuantos hombres han decidido deshacerse del pene. Pero la mayoría, al igual que el guardabosques, admite que no pueden matarlo deliberadamente. Aunque, en palabras de Lawrence, el pene puede tipificar el «terror del cuerpo», aun así está arraigado en el alma masculina y, sin su potencia, el hombre no puede vivir realmente. Por carecer de él, Lord Chatterley perdió a su esposa frente a un hombre de un nivel social inferior.

 

 

© Gay Talese, del texto.

Tomado de Vida de un escritor. Punto de lectura, 2013.

© David Shankbone, de la fotografía.

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